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El Año de la Fe, por Santiago García Aracil, arzobispo de Mérida-Badajoz

No tenemos que hacer cavilaciones y esfuerzos complicados para centrarnos en la tarea que n os corresponde para celebrar el año de la fe al que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI. Baste con entender y asumir que nuestra misión específica durante este año ha de centrarse muy especialmente en analizar y en fortalecer nuestra fe y en procurar que este don de Dios llegue a los que nos rodean y no conocen a Dios.

Este debe ser, por tanto, un año de revisión, de conversión y de apostolado. Todo ello, lejos de constituir una carga sobreañadida, se convierte en una preciosa ayuda para vivir mejor nuestra condición cristiana, para ajustar mejor todos nuestros pensamientos, deseos y acciones a la vocación sobrenatural con que Dios nos ha distinguido; y, por tanto, para hacer que nuestra vida sea acorde con nuestra identidad esencial.

Semejante programa no se distingue, o al menos no debería distinguirse, del que ha de ser nuestro proyecto constante de por vida. Pero, el hecho de que toda la Iglesia, por invitación del Papa,  que representa en la tierra a su Cabeza-Jesucristo, haya lanzado una llamada motivada e insistente para que centremos nuestra atención en  este don y virtud que es la fe, constituye para todos nosotros una verdadera ayuda.

Durante este año deben abundar  las reflexiones individuales y compartidas acerca de lo que es o debe ser, en verdad, la fe cristiana tal como la santa Madre Iglesia nos lo enseña. Esta reflexión debe ir acompañada de un propósito bien concreto de conversión personal e institucional. Tengamos en cuenta que la fe es un don que Dios concede a cada persona en el Bautismo; pero no olvidemos que la comunidad cristiana, presente de diversos modos en la Diócesis, en la Parroquia, en las instituciones de Vida Consagrada y en las Asociaciones cristianas debidamente erigidas, debe plantearse, también cómo está viviendo y potenciando la fe en sus miembros. Por tanto, el año de la fe, ha de ser un año de renovación interior de las personas y de las instituciones.

Como la conservación y desarrollo de los dones de Dios son, fundamentalmente, obra de Dios por su santo Espíritu, el año de la fe debe ser, al mismo tiempo, y de un modo especial, un año de oración individual y comunitaria. Pero, como bien entiende el pueblo cristiano al decir “a Dios rogando y con el mazo dando”, toda acción de Dios en nosotros requiere nuestra libre colaboración, este año, junto con la oración deberá ocupar nuestro tiempo la formación cristiana; digamos, la nueva evangelización. De ella, unos más y otros menos, todos tenemos necesidad. En este año deberá ocuparnos especialmente, pues, la lectura del Evangelio, y, en la medida de lo posible, la reflexión dirigida o acompañada sobre su contenido. El Señor es quien nos ha regalado la fe. El Señor es quien nos ayuda a conservarla y cultivarla. El Señor es quien, con su palabra, proclamada por el magisterio de la Iglesia, y con su gracia,  despierta, orienta y desarrolla nuestra fe. Providencial unión entre el Año de la Fe y la celebración del Sínodo ordinario de los Obispos este año sobre la Evangelización.

No estaría bien que dejáramos para un después indefinido la tarea que nos brinda y nos pide, al mismo tiempo, la Iglesia en este año. La tarea que deberíamos iniciar este año como signo de fidelidad a Dios que nos llama a través del Papa Benedicto XVI, no debe concluir en el espacio del calendario anual. En esta año debe iniciarse y  potenciarse con todas las ayudas que  lleva consigo una celebración universal. Pero, en este año cada uno, cada comunidad cristiana y cada grupo de espiritualidad y de apostolado debería trazar su propio plan para cultivar y desarrollar en adelante lo que el Señor haya iniciado ahora. De esta forma daremos la debida continuidad a la obra buena que el <señor ha iniciado en nosotros.

No cabe duda de que el crecimiento en la fe es condición imprescindible para mantener en adelante el auténtico espíritu cristiano en este mundo tan indiferente en unos casos y tan hostil en otros. Para ser luz de este mundo nos ha capacitado y enviado el Señor, prometiéndonos, a la vez, la ayuda de su gracia y su presencia alentadora. Él nos ha dicho: “Pedid y recibiréis”. Y, casi como sus últimas palabras en la tierra, dijo a sus Apóstoles y, en ellos, a todos nosotros discípulos suyos, estas consoladoras y reconfortantes palabras: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

 

Santiago García Aracil. Arzobispo de Mérida-Badajoz



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