Vivimos instalados en el cambio. Constantemente experimentamos que la sociedad pone sus raíces en dinámicas líquidas que huyen de la estabilidad alcanzada con la madurez de los años. Sin miedo a equivocarnos podemos afirmar que los cambios actuales son radicales y de calado en la concepción de persona, en la filosofía de vida, en los valores que nos rigen y en lo que se considera ético y moral.
Indudablemente, los cambios no son perjudiciales en sí mismos, pero algunos no se deberían llevar adelante sin el consabido y buscado consenso que mantenga la concordia y la reconciliación entre todos los españoles. Y concordia es una bella palabra que nos indica el camino recorrido en España hasta llegar al siglo XXI: «Con corazón, en unión, en armonía». Este trayecto ha estado caracterizado por el diálogo, la generosidad, el entendimiento y la diversidad.
El ejemplo más claro de concordia y consenso que tenemos en nuestro país es la Transición española y la Constitución. En el preámbulo de nuestra Carta Magna nos indicamos a nosotros mismos: «La nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
√ Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
√ Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.
√ Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
√ Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
√ Establecer una sociedad democrática avanzada.
√ Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra».
Por esta razón, el presidente de la CEE, el cardenal Ricardo Blázquez, durante su mensaje de inauguración de la 114ª Asamblea Plenaria, apeló al «espíritu» de la Transición que caracterizó a los españoles en los años 1980. En aquel momento fuimos capaces de cambiar de régimen y de norma a través de la generosidad, el diálogo y el consenso. No eran tiempos mejores a los que hoy vivimos, pero aquellas actitudes deben ayudarnos actualmente a aspirar al encuentro y reencuentro de todos, sin excepción de nadie, para vivir en libertad y en respeto. Hoy tenemos «una Constitución de todos y para todos». «Fue una meta alcanzada por todos; y lo gozosamente conseguido fue origen y guía para un camino abierto. Sería preocupante desconocer y minusvalorar este hito fundamental de nuestra historia contemporánea». Aunque ciertamente toda norma debe ser actualizada al tiempo concreto, no vale el cambio por el cambio sin un proceso de diálogo tranquilo. Y este proceso pasa porque cada uno esté dispuesto a ceder algo de lo suyo para encontrarse con el otro.
La Iglesia española, unida al Papa, que tiene como marco la fraternidad, se compromete cada día por recuperar la convivencia serena y tranquila, potenciando todo aquello que nos une y dejando atrás lo que nos separa. Sobre la mesa se encuentran temas tan importantes como la formación de un gobierno estable, la reflexión sobre la España de las autonomías, la solución ante los conflictos con Cataluña, los supuestos cambios de leyes sobre la vida y la educación, los flujos migratorios, las pensiones, la revolución tecnológica… La Iglesia, verdadera madre, quiere ir a la raíz de nuestra sociedad líquida para proponer un camino de concordia en el que todos los españoles se sientan acogidos y respetados, en sus derechos y obligaciones.
