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Don de fortaleza para seguir siempre a Jesús con alegría y perseverancia

Don de fortaleza para seguir siempre a Jesús con alegría y perseverancia

Audiencia general del Papa Francisco del miércoles 14 de mayo de 2014 Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!

En las pasadas catequesis hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el entendimiento y el consejo. Hoy pensamos en lo que hace el Señor; él siempre viene a sostenernos en nuestra debilidad, y esto lo hace con un don especial: el don de la fortaleza.

1. Hay una parábola, narrada por Jesús, que nos ayuda a entender la importancia de este don. Un sembrador sale a sembrar, pero no toda la semilla que esparce produce fruto. La que acaba en el camino, se la comen los pájaros; la que cae en terreno pedregoso o entre abrojos, brota, pero pronto la seca el sol o la ahogan los abrojos. Solo la que acaba en tierra buena puede crecer y dar fruto (cf. Mc 4, 3-9 // Mt 13, 3-9 // Lc 8, 4-8). Como el propio Jesús explica a sus discípulos, ese sembrador representa al Padre, que esparce con abundancia la semilla de su Palabra. Pero la semilla choca, a menudo, con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el peligro de permanecer estéril. En cambio, con el don de la fortaleza el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera del torpor, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, con vistas a que la Palabra del Señor sea puesta en práctica de manera auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda, este don de la fortaleza: nos da fuerza, liberándonos también de muchos impedimentos.

2. Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en los que el don de la fortaleza se manifiesta de manera extraordinaria, ejemplar. Este es el caso de quienes tienen que enfrentarse a experiencias particularmente duras y dolorosas, que convulsionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no vacilaron en entregar su vida, con tal de mantenerse fieles al Señor y a su Evangelio. Tampoco hoy faltan cristianos que en tantas partes del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que ello puede suponerles un precio más alto. Nosotros también, todos nosotros, conocemos a personas que han vivido situaciones difíciles, muchos dolores. Pero pensemos en los hombres, en las mujeres, que llevan una vida difícil, que luchan por sacar adelante a su familia, por educar a sus hijos: todo eso lo hacen porque el espíritu de fortaleza los ayuda. ¡Cuántos hombres y mujeres –cuyos nombres no sabemos– honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes en sacar adelante su vida, a su familia, su trabajo, su fe! Esos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en el día a día, santos ocultos entre nosotros: tienen precisamente el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Cuántos tenemos! Demos gracias al Señor por esos cristianos de santidad oculta: ¡el Espíritu Santo que llevan en su interior es quien los saca adelante! Y nos vendrá bien pensar en esas personas: si ellos hacen todo eso, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y también nos vendrá bien pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.

3. No hay que pensar que el don de la fortaleza solo es necesario en algunas ocasiones o situaciones especiales. Este don ha de constituir la pauta de nuestro ser cristianos, en la normalidad de nuestra vida diaria. Como he dicho, todos los días de nuestra vida cotidiana debemos ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para sacar adelante nuestra vida, a nuestra familia, nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que nos vendrá bien oír: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4, 13). Cuando nos enfrentemos a la vida ordinaria, cuando lleguen las dificultades, recordemos esto: «Todo lo puedo en aquel que me conforta». El Señor conforta siempre, no permite que nos falte su fuerza. El Señor no nos somete a prueba más de lo que podamos tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en aquel que me conforta».
Queridos amigos: A veces podemos vernos tentados de dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el desconsuelo, sobre todo ante las fatigas y las tribulaciones de la vida. En esos casos, no nos desanimemos, e invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda levantar nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús.

Saludo en español al final de la Audiencia:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Ecuador, Venezuela, Chine, Argentina y otros países latinoamericanos. Pidamos a la Virgen María que, por su intercesión, el Espíritu Santo nos conceda el don de fortaleza, para que podamos seguir siempre a Jesús con alegría y perseverancia. Muchas gracias y que Dios los bendiga.

Llamamiento del Santo Padre:

Queridos hermanos: Os invito a rezar por los mineros que murieron ayer en la mina de Soma, en Turquía, y por cuantos todavía se encuentran atrapados en sus galerías. Que el Señor acoja a los difuntos en su casa y dé consuelo a sus familiares.
Y recemos también por las personas que durante estos días han perdido la vida en el Mar Mediterráneo. Que se dé prioridad a los derechos humanos –recemos por esto: que se dé prioridad a los derechos humanos– y que se aúnen fuerzas para prevenir tan vergonzosas masacres.

(Original italiano procedente del
archivo informático de la Santa Sede; traducción de ecclesia)



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