El próximo domingo, día 21 de octubre, XXIX del Tiempo Ordinario, celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial de las Misiones, una jornada de oración y de colecta en favor de la “missio ad Gentes”, y que conocemos en España como Día del Domund. Ya de por sí el Domund reivindica la importancia decisiva y la necesidad imperiosa de practicar la “missio ad Gentes”, esto es, la urgencia de anunciar el Evangelio de Cristo en aquellos lugares del Planeta en donde todavía no ha sido sembrada su semilla o en aquellas geografías en donde, habiendo sido anunciado el Evangelio, éste todavía no ha echado raíces y no ha germinado.
Pues bien, como nos dice el Papa en su Mensaje para la Jornada, este año el Domund reviste un significado especial, pues la celebración del 50º aniversario del
comienzo del Concilio Vaticano II, la celebración del 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, la apertura del Año de la Fe y el gran evento del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con más valor y mayor celo en la “missio ad Gentes”, para que el Evangelio lleve hasta los confines de la tierra.
La relación que existe entre estos cuatro acontecimientos de gracia y el contenido del Domund es clara. En efecto, el Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia constituyen, cada uno a su modo, sendas reproposiciones de la fe revelada (fides quae), una fe que es siempre la misma y, simultáneamente, siempre nueva. Pues bien, esta fe y el acto mediante el cual se profesa (fides qua) son las realidades que
hay que afirmar y en las que hay que insistir especialmente en el Año de la Fe. Y justo a ello apunta singularmente la Nueva Evangelización, objeto del Sínodo de los obispos, la cual persigue transmitir la fe revelada y custodiada por la Iglesia al hombre de hoy. Y ¿qué es el Domund sino una exhortación a todos los cristianos a ser sujetos agentes de la transmisión de la fe revelada a quienes todavía no la conocen?
Hemos de convencernos, pues, de que la misión fundamental de la Iglesia y de todos sus miembros es evangelizar. Como dice el Papa, el mandato de predicar el Evangelio “debe implicar todas las actividades de la Iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su ser y su trabajo”. Y, entre las distintas formas de evangelización, la “missio ad Gentes”, objeto del Domund, “debe ser el horizonte constante y el paradigma en todas las actividades eclesiales, porque la misma identidad de la Iglesia está constituida por la fe en el misterio de Dios, que se ha revelado en Cristo para traernos la salvación, y por la misión de testimoniarlo y anunciarlo al mundo, hasta que Él vuelva”.
Ello significa evitar dos tentaciones que nos asaltan a veces cuando nos vemos emplazados ante el Domund. La primera tentación es pensar que el Domund nos pide sobre todo que demos una limosna para las misiones, para ayudar a los misioneros de la fe a que puedan cumplir mejor su misión. Ciertamente, el Domund
nos pide una limosna para las misiones, pero nos pide sobre todo que todos y cada uno de nosotros nos tornemos misioneros ardientes, capaces de encender a los hombres con el fuego de la Palabra de Dios.
Y la segunda tentación consiste en pensar que la evangelización de la “missio ad Gentes” consiste en luchar por el desarrollo humano de los pueblos todavía subdesarrollados o en vías de desarrollo, urgidos por la caridad de Cristo. Esta separación o este hiato entre “fides” (veritas) y “caritas” es muy grave. La fe (la verdad) sin la caridad humilla y no es verdadera fe. Pero la caridad sin la fe (verdad) tampoco es verdadera caridad, pues olvida que el hombre está hecho para Dios y que la fe es la puerta que nos abre al camino conducente a Dios. Ayudemos con nuestra limosna a la tarea de la evangelización y cobremos conciencia de que por el bautismo fuimos hechos todos evangelizadores.
Domingo, 14 de octubre de 2012
† Manuel Ureña Pastor, Arzobispo de Zaragoza

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