Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre la Iglesia, comunidad que nace de Jesús y cuyos miembros siguen su camino de amor y obediencia al Padre, dando testimonio del proyecto de Dios en el mundo, desde la entrega a Dios y el amor a los hombres. Nuestros actos, y no las palabras, deben ser nuestra mejor arma para que seamos creíbles en el mundo. Dejemos las palabras y pongamos empeños en la acción misionera a la que Jesús nos invita.
En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles,
Vamos viendo los pasos de la primera comunidad y como el Espíritu Santo es quien guía los pasos y sugiere a los Apóstoles la elección de los primeros siete diáconos, para que sean servidores, anunciadores y testigos de la Buena Noticia de Jesús en el mundo. Y esto, no quita que, al expandirse la comunidad, el clima de unidad y comunión, empiecen a surgir las primeras divisiones. Pero, esta división, es superada, porque la acción del Espíritu Santo crea unidad en la diferencia. Vemos claramente como empieza a notarse ya una estructura eclesial, pero fundada en el servicio, el amor y la humildad. Ninguno es más que nadie. ¡Qué bonita enseñanza nos dan las primeras comunidades!
Salmo 32: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.
Este salmo, nos ayuda a dar las gracias y a confiar en el Señor en este tiempo de pandemia que estamos viviendo, y que, en muchas ocasiones podemos dudar. Pero, sin olvidar que el Señor nos cuida y nos ha salvado por amor.
En la Segunda Carta del Apóstol Pedro,
Nos deja hoy algo muy claro. Una convicción teológica y pastoral. El nuevo pueblo de Dios, es decir, la comunidad cristiana, debe formar un templo espiritual en el que cada persona es una piedra viva y todas se entrelazan entre si sobre la piedra angular que es Cristo. De esa unión, nace el pueblo sacerdotal, porque formamos parte del único y verdadero Sacerdote: Cristo. Para ofrecer a Dios, por medio de Cristo, un culto espiritual y de alabanza. Hemos pasado de la tiniebla a la Luz del Resucitado. ¿La clave de todo esto? La fe.
En el Evangelio de Juan,
Jesús se presenta como el camino que conduce a la Verdad y a la Vida.
Esta cuestión, es la que a la comunidad, en concreto, a Felipe, le entra la duda y el miedo. Para ellos, que Jesús vuelva al Padre, les da mido. Es como si les dejara solos. Es decir, el miedo a quedarse sin la presencia física de Jesús. Por eso Jesús, les explica y enseña el itinerario Trinitario, para que descubran que no van a estar solo. “Quien ve al Padre, ve al Hijo, porque el Hijo es quien lo dado a conocer” aquí no hacen falta palabras. Como dice Jesús: “creed en las obras”. Seguirle es no tener miedo porque tenemos la revelación positiva de su Palabra como camino, verdad y vida. Escuchar su voz nos ayuda a volver al camino del Evangelio, y que tantas veces nos salimos por nuestra ceguera y sordera. De nosotros depende ser cristianos de boca o serlo de verdad y acogiendo las consecuencias que ello conlleva. Si consecuencias por ser fieles a ese Camino, a esa Verdad y a esa Vida: Cristo. Sería un buen momento para concretizar nuestra vida cristiana en una acción que reafirme todo esto.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a ser verdaderos cristianos desde la humildad y el servicio evangélico a nuestros hermanos más necesitados.
