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Domingo de la Palabra de Dios

El próximo día 21 de enero, tercer domingo del tiempo ordinario, celebraremos el Domingo de la Palabra de Dios. Se trata de una jornada instituida hace unos años por el papa Francisco con la finalidad de que tomemos una conciencia cada vez más clara de la importancia que la Palabra de Dios ha de tener en nuestra vida cristiana y en la vida de la Iglesia. Os invito a que en las celebraciones de la Eucaristía dominical se resalte con algún signo esta jornada, como, por ejemplo, comenzar la celebración con un signo de entronización del leccionario dominical de este ciclo.

Gracias a Dios, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II el Pueblo de Dios ha ido familiarizándose cada vez más con la Palabra de Dios, y esta ha entrado con fuerza en la vida de la Iglesia. Actualmente son muchos los grupos y comunidades cristianas que centran su espiritualidad en la Sagrada Escritura. Existen también muchas iniciativas para facilitar un mejor acceso a un conocimiento y una comprensión más profunda de los textos bíblicos: cursos, peregrinaciones a Tierra Santa, etc… No olvidemos algunas iniciativas pastorales que son muy sencillas y que han tenido una gran aceptación en el Pueblo de Dios, como las ediciones anuales del evangelio de cada día, que son de un gran ayuda espiritual para muchos cristianos que no pueden participar en la celebración de la Eucaristía, y que alimentan su fe con el pan cotidiano de la Palabra. Estoy convencido de que todas estas iniciativas ayudan a sostener la vida cristiana de muchos creyentes.

Para que esta jornada no se quede en algo meramente externo, os invito a reflexionar sobre la importancia que damos a la Palabra de Dios en la vida concreta de nuestras parroquias y a que lo hagamos aterrizando a aspectos concretos: ¿Cómo tratamos la Palabra en las celebraciones? ¿Los lectores se preparan la lectura intentando comprender y transmitir adecuadamente lo que proclaman? ¿Se convierte la liturgia de la Palabra en un trámite, o la dignificamos en la medida de las posibilidades de cada comunidad? ¿Cómo se podría dignificar esta parte de la celebración de la Eucaristía?

Los sacerdotes y diáconos, que tenemos el ministerio sagrado de la predicación, no deberíamos olvidar nuestra responsabilidad para que la Palabra de Dios sea conocida y amada: ¿Cómo preparamos las homilías? ¿Nos esforzamos por profundizar en el conocimiento de la Sagrada Escritura tal como ha sido interpretada por la Iglesia? ¿Es la Palabra de Dios el alma de nuestra predicación? ¿Qué es lo que estamos transmitiendo en nuestras homilías? Si olvidamos que nuestro ministerio no está sobre la Palabra, sino a su servicio, fácilmente podemos acabar predicándonos a nosotros mismos.

Durante este año se proclamará cada domingo el evangelio de San Marcos: ¿Por qué no ofrecer allí donde sea posible algunas sesiones por conocer con más profundidad este evangelio? No olvidemos lo que nos dice San Jerónimo: desconocer la Escritura es desconocer a Cristo.

Con mi bendición.

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