Día del Seminario: “Enviados a reconciliar”, por J. Leonardo, obispo de Ourense
Mis queridos Diocesanos: Se acerca la solemnidad de San José y, en torno a esta fiesta litúrgica que años atrás tenía una relevancia especial en nuestras tierras, la Iglesia en España celebra el Día del Seminario. Este año realizaremos esta jornada en las misas del día 12 por la tarde y en todas las celebraciones del domingo día 13 de marzo.
El lema que nos han propuesto va en sintonía con el Año jubilar de la Misericordia: “Enviados a reconciliar”. El sacerdote es un cristiano que habiendo sido llamado por Dios en el seno de la Iglesia, presta un servicio impagable a la Comunidad. Es el que nos reconcilia con Dios, preside la Eucaristía, unge nuestro cuerpo enfermo con el óleo santo y ejerce el ministerio de la oración y de la caridad al servicio del Pueblo de Dios. Pero el sacerdote no se improvisa, ni surge como por generación espontánea. El sacerdote no nace, se va haciendo, yo diría que es como esa obra maestra de Dios que cada día, con cada pincelada se va configurando con Jesucristo, el Único, Sumo y Eterno Sacerdote. Los que ejercemos este ministerio somos como una sombra insignificante de este Único Sacerdote. En la medida en que luchamos por ser fieles a este proyecto divino vivido en la Iglesia, seremos mejores sacerdotes y buenos servidores de los hermanos.
Pero este prodigio del amor misericordioso de Dios que es la vocación sacerdotal, que nace en la Iglesia para servir a la Iglesia como quiere y necesita ser servida, debe ser acogida en esa matriz del Presbiterio Diocesano que es el Seminario. A pesar de las dificultades del momento, en nuestra Diócesis tenemos que dar gracias a Dios por el Seminario. Desde siempre ha sido una institución querida y apoyada por los Obispos, los sacerdotes y muchos fieles laicos, así como los miembros de la Vida Consagrada. El Seminario se ha sentido como algo muy propio, muy cercano al corazón, quizás porque es una institución que ha nacido de la generosidad de muchos.
En las visitas que hago a las diferentes comunidades cristianas que forman parte de nuestra Iglesia particular me encuentro con una queja, y al mismo tiempo un clamor: ¡necesitamos sacerdotes! ¡Cierto! Necesitamos sacerdotes que puedan atender y servir a los fieles y que preparen el relevo generacional que cada vez resulta más necesario. Son muchas las personas que se quejan porque ya no tienen un cura que les atienda la parroquia y hace años que murió el último que vivía en la casa rectoral que ahora está abandonada; aquel cura que era padre, amigo, maestro, confesor y vecino ya no se encuentra con frecuencia. Se sigue esperando un milagro y algunos piensan que el Obispo tiene una “fábrica de curas” con la cual pueda satisfacer las necesidades de los diocesanos, y que el problema de las vocaciones es un asunto que solo afecta al Obispo y al grupo de sacerdotes del Seminario, y poco más. Cuando se piensa así, nuestra idea de Iglesia se aleja de lo que ésta es en realidad: un misterio de comunión y amor.
Por otra parte, algunos piensan ¡y están convencidos de ello! De que ya no hay vocaciones; es decir, que Dios ya no llama como antes. Esto no es verdad. Dios sigue llamando e invitando a su seguimiento, a veces de forma radical. Lo he podido comprobar, una vez más esta misma tarde, justo antes de ponerme a escribir esta carta. Hace unos días, a través del correo electrónico se dirigió a mí un joven universitario, de veinticuatro años, me decía que quería hablar conmigo. Esta tarde he podido recibirle. Me manifestó que hace más de un año había sentido la llamada de Señor y que le pedía una entrega total y absoluta. La conversación con él fue una bendición de Dios: me dijo que quería ser religioso. ¡Sí! Dios sigue llamando en el silencio del corazón, también en el de los niños, de los jóvenes y de algunos mayores. A veces los mismos sacerdotes somos los que provocamos una fuerte interferencia entre la llamada de Dios y el vocacionado. Soy consciente de que lo hacemos sin premeditación y, por supuesto sin ninguna malicia, pero con nuestro tenor de vida, con la sensación externa de nuestra falta de ilusión y alegría, con nuestros temores por el mañana que nos lleva a buscar seguridades externas que terminan atándonos, con nuestros miedos a la hora de no atrevernos a proponer la llamada a los niños y jóvenes, y así no somos creadores de esa cultura vocacional imprescindible para que surjan vocaciones.
A toda la Comunidad Diocesana, en especial a los sacerdotes, a los catequistas, a los profesores de Religión y a los miembros de la vida consagrada os ruego que apostéis por las vocaciones. Que vuestra tarea fundamental sea potenciar la vivencia de esa vocación cristiana, regalo del Bautismo, para que podamos ayudar a constituir auténticos creyentes, que sepan ser y sentirse misioneros en medio de nuestra sociedad que tanto necesita a Jesucristo. Nadie pueda dar lo que no tiene y, cuando lo tenemos, si somos capaces de compartirlo con los demás sabemos que esa realidad crece más en nuestro interior. Ayudemos a los padres a descubrir la importancia que tiene apostar por una educación en valores cristianos y estos vividos en una comunidad adecuada a la edad de los niños y jóvenes: para eso es el Seminario Menor. Solo cuando el fundamento de la vida cristiana está asegurado puede surgir un planteamiento vocacional seguro, porque sin este substrato cualquier vocación se agosta antes de entrar en el Seminario Mayor.
También os pido, a toda la Comunidad Diocesana, que nos ayudéis a sostener los Seminarios, Menor y Mayor, y el Instituto Teológico “Divino Maestro”, son instituciones que nos suponen un gran esfuerzo económico. No se trata de hacer solo la colecta el Día del Seminario. Esta aportación podemos hacerla a lo largo de todo el año, aunque sea poco, como el “óbolo” de la viuda del Evangelio, si somos muchos podemos conseguir grandes resultados. Seamos generosos con el Seminario. Recemos por las vocaciones. Que no falte en nuestra oración personal, ni en la Oración de los Fieles de la Eucaristía, una plegaria cotidiana pidiendo por las vocaciones sacerdotales y por la santidad y la perseverancia de los que ya somos sacerdotes. En este Año de la Misericordia, en el que celebramos los 1700 años del nacimiento de San Martín de Tours, patrono de nuestra Diócesis, supliquemos a este santo pastor que nos conceda una primavera de vocaciones para la vida sacerdotal, religiosa, misionera y monástica.
Os bendice con afecto.
+ J. Leonardo. Obispo de Ourense

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