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Rincón Litúrgico

Dedicación de la Basílica de Letrán en honor del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista

9 de noviembre

Dedicación de la Basílica de Letrán en honor del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista

 

NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/3) San Juan Pablo II, Ángelus 9-11-1980 (es it pt):

«1. La solemnidad de la Dedicación de la Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma, orienta nuestros pensamientos y nuestros corazones, en el domingo de hoy, hacia este venerado templo.

Desde hace tiempo, se suele llamar a la Basílica Lateranense “madre” de las iglesias en la Iglesia Romana, porque ella, como catedral episcopal de los Sucesores de San Pedro, tiene materna solicitud por todos los otros centros de culto de la Nueva Alianza, por todas las moradas de Dios con su pueblo en esta Iglesia Apostólica. Como “madre” la veneran también las Iglesias de las Comunidades católicas esparcidas por el mundo, viendo en ella la Iglesia que “preside en la caridad” (Ignacio, Ep. ad Rom. inscr) y el centro “al que, por su más poderosa principalidad, se unen todas las Iglesias, es decir, cuantos fieles hay, de dondequiera que sean” (Ireneo, Adv. haer., 3, 3, 2).

Cuando decimos “madre”, pensamos no tanto en el edificio sagrado de la Basílica Lateranense, cuanto en la obra del Espíritu Santo, que se manifiesta en este edificio fructificando, mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las Comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside. Esa unidad presenta un carácter casi familiar; y, como en la familia está la “madre”, así también la venerada catedral lateranense “hace de madre” para las Iglesias de todas las Comunidades del mundo católico».

(2/3) San Juan Pablo II, Ángelus 9-11-1986 (es it):

«1. Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la dedicación de la Basílica Lateranense, “Omnium Urbis et Orbis Ecclesiarum Mater et Caput” (“Madre y Cabeza de todas las Iglesias de la Urbe y del Orbe”), la catedral de Roma, que hizo construir el Emperador Constantino y que inicialmente fue dedicada al Santísimo Salvador; luego, bajo el pontificado de San Gregorio Magno, fue dedicada también a los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista, a cada uno de los cuales estaba consagrado un oratorio anexo al baptisterio.

La Basílica de Letrán, con los edificios adyacentes, fue durante muchos siglos sede habitual del Obispo de Roma. En ella se celebraron cinco Concilios Ecuménicos, entre los cuales en 1215, siendo Papa Inocencio III, el Lateranense IV, al que los historiadores consideran el Concilio más importante de la Edad Media. Durante mil años la historia de la Roma cristiana gravitó en torno a esa basílica, que Papas, Emperadores, Reyes y fieles fueron enriqueciendo, poco a poco, con preciosos donativos y espléndidas obras de arte, signo de su intensa fe en Cristo.

  1. Al recordar la originaria dedicación de la catedral de Roma a Jesús Salvador del mundo, la festividad litúrgica de hoy nos invita a meditar en uno de los misterios fundamentales de la revelación cristiana: ¡Jesús de Nazaret, Mesías, Señor, Hijo de Dios, es quien ha traído la salvación total y definitiva a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares!

Jesús, en su vida pública, se revela como Salvador, sobre todo mediante los milagros hechos en favor de los enfermos, leprosos, ciegos, mudos, lisiados e incluso muertos, a los que él devolvió la vida. Sin embargo, Jesús da a entender que estos prodigios suyos, estos gestos de misericordia hacia los enfermos, han de ser vistos como actos que trascienden la mera salvación temporal. Jesús trae a los hombres una salvación mucho más profunda y radical: afirma que ha venido para “salvar lo que estaba perdido por el pecado” (cf Lc 9, 56; 19, 10); para “salvar al mundo y no para condenarlo” (cf Jn 3, 17; 12, 47).

Esta salvación del pecado –que es la auténtica y más peligrosa enfermedad de los hombres–, el don supremo de Sí mismo en la cruz, es causa de salvación para los que lo acojan y reconozcan mediante la fe que es el Hijo de Dios encarnado.

  1. Ante Cristo Salvador, el hombre es llamado a una opción decisiva, de la que depende su suerte eterna. A la opción de fe por parte del hombre corresponde, por parte de Dios, el don de la redención y de la vida eterna.

A Cristo, Hombre-Dios, Redentor del hombre y de la historia, se dirige hoy nuestra humilde adoración y nuestra ardiente oración para que toda la humanidad acoja la salvación que ofrece, la liberación que promete.

Invoquemos para nosotros y para todos la intercesión de su Madre Santísima, mientras recitamos la oración que nos recuerda la Encarnación del Verbo».

(3/3) Benedicto XVI, Ángelus 9-11-2008 (de hr es fr en it pt):

«Queridos hermanos y hermanas:

         La liturgia nos invita a celebrar hoy la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, llamada “madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe”. En efecto, esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Ese mismo emperador donó al Papa Melquíades la antigua propiedad de la familia de los Laterani, y allí hizo construir la basílica, el baptisterio y patriarquio, es decir, la residencia del Obispo de Roma, donde habitaron los Papas hasta el período aviñonés. El Papa Silvestre celebró la dedicación de la basílica hacia el año 324, y el templo fue consagrado al Santísimo Salvador; solo después del siglo VI se le añadieron los nombres de san Juan Bautista y san Juan Evangelista, de donde deriva su denominación más conocida. Esta fiesta al inicio solo se celebraba en la ciudad de Roma; después, a partir de 1565, se extendió a todas las Iglesias de rito romano. De este modo, honrando el edificio sagrado, se quiere expresar amor y veneración a la Iglesia romana que, como afirma san Ignacio de Antioquía, “preside en la caridad” a toda la comunión católica (Carta a los Romanos 1, 1).

En esta solemnidad, la Palabra de Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san Pablo, en sus cartas, consideraban como “edificio espiritual”, construido por Dios con las “piedras vivas” que son los cristianos, sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la “piedra angular” (cf 1Co 3, 9-11. 16-17; 1P 2, 4-8; Ef 2, 20-22). “Hermanos: sois edificio de Dios”, escribe san Pablo, y añade: “El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1Co 3, 9.17). La belleza y la armonía de las iglesias, destinadas a dar gloria a Dios, nos invitan también a nosotros, seres humanos limitados y pecadores, a convertirnos para formar un “cosmos”, una construcción bien ordenada, en estrecha comunión con Jesús, que es el verdadero Santo de los Santos.

Esto sucede de modo culminante en la liturgia eucarística, en la que la ecclesia, es decir, la comunidad de los bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de piedras vivas se edifica en la verdad y en la caridad, y es plasmada interiormente por el Espíritu Santo, transformándose en lo que recibe, conformándose cada vez más a su Señor Jesucristo. Ella misma, si vive en la unidad sincera y fraterna, se convierte así en sacrificio espiritual agradable a Dios.

Queridos amigos, la fiesta de hoy celebra un misterio siempre actual: Dios quiere edificarse en el mundo un templo espiritual, una comunidad que lo adore en espíritu y en verdad (cf Jn 4, 23-24). Pero esta celebración también nos recuerda la importancia de los edificios materiales, en los que las comunidades se reúnen para alabar al Señor. Por tanto, toda comunidad tiene el deber de conservar con esmero sus edificios sagrados, que constituyen un valioso patrimonio religioso e histórico. Por eso, invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en “casa de Dios”, templo vivo de su amor».



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