Construir el templo que no se destruye, por Eusebio Hernández Sola, obispo de Tarazona
Queridos hermanos y amigos: En la primera lectura de este domingo (Ezequiel 47, 1-2.8-9.12) escuchamos la visión que el profeta tiene del templo como un manantial de agua que purifica y que va creando vida en todos los lugares a donde llega esta agua. Una visión que presenta el templo de Dios como creador de vida y de alegría.
Lejos de esta imagen encontramos la presentación del templo en el Evangelio de hoy (Juan 2, 13-22), es el momento en que Jesús entra en él y descubre un lugar totalmente profanado: vendedores de bueyes, ovejas y palomas, cambistas. Es decir, un lugar dedicado al culto a Dios que ha perdido la hermosura de lo que describía el profeta Ezequiel.
Jesús es presentado por San Juan realizando un signo profético: haciendo un azote de cordeles los echó a todo; cumple por una parte las profecías mesiánicas y, a la vez, anuncia un nuevo templo, el santuario será su propio cuerpo. Nos dice San Juan que después de la Resurrección del Señor lo comprenderán y, por ello, tantos textos del Nuevo Testamento desarrollan esta idea: Cristo Resucitado es el verdadero Santuario, Pontífice y Sacrificio. Cristo es nuestro Templo; y nuestro culto es espiritual, filial, intimo; es verdad, amor, vida. Y en Cristo somos nosotros Templo santo, morada de Dios en el Espíritu Santo (Ef 2, 22). Cristo nos ha asociado a ser en Él un Cuerpo, un Templo: Nosotros somos la Casa-Templo de Cristo (Heb 3, 6). ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿No sabéis que vuestro cuerpo es Santuario del Espíritu Santo? Glorificad, por tanto, a Dios con vuestro cuerpo (1 Cor 6, 15.19).
Al escuchar las lecturas de la Misa de este domingo, nosotros también nos debemos plantear individual y comunitariamente, como templos que somos de Dios, cómo conservamos en nosotros este lugar de encuentro con el Señor; si es el lugar que va purificando el agua de la gracia de Cristo y que nos vivifica y da vida allí donde llega a través de nosotros o, por el contrario, es el lugar ocupado por otros muchos intereses que lo alejan de su fin fundamental.
San Agustín comentando este evangelio de hoy habla de la responsabilidad de los pastores, sobre todo del obispo, de tener el celo de Jesucristo para expulsar con sus palabras todo aquello que oscurece y mancha el templo que es cada cristiano. Pero, también invita a cada cristiano a la obligación de advertir como hermano, cuando ve a otros apartándose del camino u olvidándose de su misión como hijo de Dios. Como dice San Agustín cuando veas a tu hermano en peligro por olvidarse de su vocación: “amonéstalo, apártalo, siéntelo, si el celo de la casa de Dios te devora… atrae con suaves halagos a cuantos puedas, y no te des punto de reposo”
Todos debemos sentirnos responsables de nuestros hermanos y colaborar en que nadie olvide su vocación y misión: construir el templo que no se destruye y que el Señor vivifica con su continua presencia.
Que nadie nos robe la alegría de nuestra fe y nos envuelva en redes que sólo conducen al pesimismo y la tristeza.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona

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