Reaviva el don de la fe. Con motivo del envío diocesano anual de catequistas
Muy queridos catequistas: Quiero aprovechar esta ventana de comunicación con toda la familia diocesana, que me ofrece semana a semana nuestra Hoja, para dar gracias a Dios por el regalo de la fe y de los educadores en la fe, que sois vosotros, los catequistas. En particular, quiero agradecer vuestro gran servicio a la fe como catequistas, con renovado entusiasmo si cabe en este recién estrenado Año de la fe.Es necesario promover en la comunidad cristiana la vocación de catequistas, descubriendo en éstos un gran don del Espíritu a la Iglesia lleno de promesas y de grandes posibilidades evangelizadoras. La catequesis pasa, en gran medida, por el catequista. Por eso, es de suma importancia suscitar vocaciones al servicio de la catequesis, cuidar a los catequistas, prepararles bien, animarles y “mimarles”. Sin catequistas no hay catequesis.
Sin catequesis no hay fe viva o, sencillamente, no hay fe. Sin fe no hay Iglesia. De ahí que el Papa beato Juan Pablo II subrayara la necesidad de que la catequesis tenga un lugar privilegiado en los proyectos pastorales de la Iglesia: “Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis (…), tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera… Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Ella es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado.
En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja de responder” (Juan Pablo
II, Catechesi tradendae, n.15).
El lema de este año, “Reaviva el don de la fe”, nos invita a reflexionar y a profundizar sobre la fe, a reavivar ésta mediante la conversión personal, a conocer mejor los contenidos de la fe a través del estudio y de la meditación constantes del Catecismo de la Iglesia Católica, a celebrar aquélla gozosamente en las comunidades y en las familias y a confesarla y testimoniarla como expresión del contenido de la nueva evangelización. En este tiempo en que el Papa Benedicto XVI ha querido establecer la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana como prioridad en la agenda eclesial, corresponde también a la catequesis y a los catequistas un papel importantísimo, nuclear, en esta tarea central y centrante para la vida de la Iglesia. Se trata de una función activa y reflexiva, en cuanto actores de la proclamación del Evangelio y humildes discípulos que se ponen a la escucha del Maestro, sabiendo que, por ser evangelizadora, la Iglesia comienza evangelizándose a sí misma. De ahí la necesidad de interrogarnos sobre la calidad de nuestra fe y sobre nuestro modo de ser y de vivir como cristianos en la sociedad de hoy. Y de ahí también la necesidad de renovar el entusiasmo por la fe y el deseo de que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Del modo como respondamos vitalmente a estos interrogantes dependerá en parte nuestra capacidad de “hacer resonar” la buena y bella noticia del Evangelio en el corazón de nuestro mundo.
No lo olvidemos: “¡La fe se fortalece dándola!” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 2). Una buena ocasión para reavivar este don de la fe la ofrece nuestra celebración anual del Envío diocesano de catequistas, que tiene lugar, como ya sabéis, esta vez
hoy mismo, día 21 de octubre, a las 8 de la tarde, en la gran parroquia de San Antonio de Padua, de Zaragoza. En este evento, vuestro Obispo, primer responsable de la catequesis y primer catequista y pregonero de la fe, os envía en el nombre del Señor al campo del mundo para transmitir con gozo la alegría de creer y de llevar a otros al Sí de la fe en Jesucristo. Pidamos a Dios Padre el don de la fe; busquemos la fe desde el seguimiento del Señor, como la mejor compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros; atravesemos la puerta de la fe, emprendiendo siempre de nuevo el camino de nuestra vida cristiana a la luz del Espíritu Santo. En una palabra, fijemos los ojos en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2), pues en Él encuentran pleno cumplimiento el afán más hondo y el anhelo más ardiente del corazón humano.
Domingo, 21 de octubre de 2012
† Manuel Ureña Pastor, Arzobispo de Zaragoza

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