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Católicos y científicos: Juan Isern, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Católicos y científicos: Juan Isern, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Cuenta Pilar Rodríguez Veiga Isern de Juan Isern Batlló Carrera (1821-1866), además de otras muchas cosas bien documentadas, que fue un “Indiscutible ejemplo de los hombres que han sacrificado su vida por la Ciencia, Juan Isern fue un incansable botánico, admirado y querido por todos los que le conocieron, tanto en nuestro país como fuera de él.

Falleció con tan solo 44 años, al mes de regresar a España después de participar en la Comisión Científica del Pacífico (1862-1866) http://www.pacifico.csic.es/uym3/xml.htm, la última gran expedición científica enviada por la monarquía española. Pero su trabajo durante ese duro periplo, en el que reunió más de 8.100 especies de plantas, todas ellas etiquetadas con localidad, fecha, hábitat, nombres vulgares, usos y aplicaciones, siguen siendo en la actualidad materia de estudio obligado para los amantes de la botánica” http://www.madrimasd.org/cienciaysociedad/patrimonio/personajes/biografia.asp?id=12.    También añade que estudió la carrera eclesiástica y la de la botánica a la vez –religión en la escuela que no le taró ni le convirtió en un enemigo de la ciencia si no todo lo contrario- aunque acabó decantándose por la segunda actividad, y formó parte de la mítica Comisión del Pacífico.

Por supuesto nació en el seno de una familia católica,  de doce hijos, y fue bautizado, y jamás abandonó la fe, sino que la vivió en compatibilidad perfecta con su amor a la ciencia a alto nivel, y se casó por la iglesia, y dio cuenta pormenorizada de todas las iglesias que vió en el viaje de la famosa comisión. Cuenta en su autobiografía que “Mis padres pensaron que uno de sus hijos debería estudiar para cura, movidos quizá porque sus antepasados habían erigido una capellanía –«Els Dolors»– entre Setcases y Camprodón para los miembros de la familia que abrazasen la carrera eclesiástica, y decidieron que yo, por mi afición a contemplar la naturaleza y el mundo que me rodeaba y a mis progresos en los estudios, debería ser el que me trasladara a Camprodón. Allí, bajo la guía del catedrático Francisco Prats estudié latín, idioma con el que, además de poder rezar, comencé a identificar todas las plantas por su nombre universal” (EL ESTUDIANTE DE LAS HIERBAS. Diario del botánico. Juan Isern Batlló y Carrera (1821-1866). Paloma Blanco Fernández de Caleya; Dolores Rodríguez Veiga Isern y Pilar Rodríguez Veiga Isern. CSIC, 2006. Madrid).

Su actividad científica y su conocimiento del mundo no sólo no le hicieron apostatar, sino más bien al contrario, reafirmarse en sus creencias católicas. Comenta en su diario de la citada Comisión del Pacífico cosas tales como    “Cuanto me alegraría que nuestros demócratas se tomasen la molestia de visitar estas repúblicas, para que se curasen de la manía democrática. Si tengo la dicha de volver a España me verá V. un realistón de aquellos que decían: «altar y trono». La palabra libertad es sinónimo de licencia, «fraternidad e igualdad, fratenité et egalité», estas palabras que en algún día me sonaban muy bien en mis oídos, hoy me dan náuseas al oírlas, porque es un sarcasmo, sólo en la doctrina católica se encuentra la fraternidad é igualdad”. Lo mismo llegó a escribir María de Maeztu en sus obras. Sus observaciones están bastante lejos de la creencia del buen salvaje, algo mítico y falso de toda falsedad. En cuanto a a la manifestación de la compatibilidad ciencia-fe “Pero quién dijo miedo, la religión católica cuenta á millares los mártires, la ciencia también tiene algunos”, refiriéndose a expedicionarios españoles anteriores a él. Murió como consecuencia de una enfermedad que contrajo en la expedición.

 

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