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Católicos y científicos: Josefa Amar de Borbón, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Católicos y científicos: Josefa Amar de Borbón, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

El 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. De manera providencial, la fecha coincide con el día de la fiesta de la Virgen de Lourdes, que conmemora la primera aparición de la Virgen a Bernadette Subirous en la localidad francesa de Lourdes. Además este 2018 coincide con el III centenario del nacimiento de la científica católica Maria Gaetana Agnesi. Dichas coincidencias son la excusa perfecta para buscar más casos en los que la fe católica se haya dado en mujeres que puedan ser consideradas y propuestas como modelos a seguir por las niñas y mujeres actuales para dedicarse a la actividad científica. Una de esas mujeres es la ilustrada Josefa Amar de Borbón.

Josefa Amar y Borbón Nació en Zaragoza en 1749 en el seno de una familia católica de larga tradición médica. Tuvo seis hermanos y cinco hermanas. Se formó con dos preceptores, Rafael Casalbón y Antonio Berdejo, respectivamente bibliotecario de la Biblioteca Real y presbítero, este último excelente conocedor de las lenguas clásicas – razón por la cual su alumna llegó a dominar, además del latín y el griego, el francés, el italiano y el inglés- y también un miembro activo de la Sociedad Económica de Zaragoza. Josefa recibió, por tanto, religión en la escuela, lo cual no fue óbice ni cortapisa para que tradujera bastantes libros o escribiera diferentes obras como “Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno” (Madrid, 1786) y “Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres” (Madrid, 1790) que la sitúan como adelantada en la historia del feminismo español. El censor de ésta última obra mencionó en el informe estar basada en sólidos principios y no tener ningún contenido contrario a la fe católica. Las actuales feministas de género, que creen que el feminismo lo han inventado ellas, la consideran una de las suyas, una pionera, y no lo fue en absoluto, ya que de reivindicar los derechos de la mujer sin abandonar el catolicismo a las actuales posturas contrarias a él hay un abismo. Perteneció a las Reales Sociedades Económicas Aragonesa y de Madrid y a la de Medicina de Barcelona. Murió en 1833.

Su hermano Francisco de Borja, Luis, Fermín, Narciso, José, Miguel, Rafael, Benito, Cristóbal Antonio Amar y Borbón, nació en Madrid el 10 de octubre de 1762, y se ordenó sacerdote. Perteneció a la Real Sociedad Económica de Amigos del País desde 1818 y en ella ejerció, como presidente (18 de julio de 1823), vicedirector (21 de noviembre de 1823) y socio de mérito literario (14 de enero de 1825). También fue miembro de la Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, es decir, fue un científico católico. Otro de sus hermanos, Antonio, nació en 1742 y fue militar y caballero de la Orden de Santiago.

Josefa no fue la única que reivindicó la mejora de la educación para las mujeres desde ámbitos católicos, por más que nadie diga nada a este respecto. También en 1726 Benito Jerónimo Feijoo publicó la “Defensa de las mujeres”, donde señalaba lo mismo. Este hombre resulta que fue un fraile dominico, auténtico promotor de la ilustración española que, a diferencia de la francesa, la hicimos los católicos sin necesidad de guillotina. No obstante hoy, desde el ateísmo, el materialismo y el laicismo, son personajes que se reivindican como pioneros de posturas supuestamente anticatólicas, lo cual les obliga a silenciar sus creencias, o a no referirse a Fray Benito Jerónimo Feijóo, sino a Benito Jerónimo Feijóo a secas.

En su “Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres” (1790), Josefa Amar y Borbón hace frecuentes referencias a la fe católica, la Iglesia, la moral cristiana y a autores cristianos a lo largo de la obra. Es su fuente de inspiración. La Iglesia Católica bien institucionalmente, bien a través de sus miembros como Josefa, ha propiciado la evolución de la pedagogía incluyente de la mujer hasta nuestros días, en los que los colegios mixtos confesionales católicos se encuentran año tras año con todas sus plazas cubiertas. En el capítulo segundo de la segunda parte del libro, refiere todo lo relativo al conocimiento de Dios y la religión en un total de trece páginas, y en el capítulo XIII diserta sobre la elección de estado civil de la mujer, en el que con ironía comenta que el de monja es el más perfecto para la mujer porque: “[…] se libra de un golpe de los cuidados de la familia, de hijos, y principalmente de los disgustos que son consiguientes en un matrimonio”.

En su “Discurso en defensa del talento de las mujeres” encontramos reflexiones que dan fe de que su catolicidad nunca fue incompatible con las reivindicaciones que planteó como las que siguen:

“7° Una discordancia tan notable, me ha hecho pensar muchas veces ¿qué fundamento pueden tener los hombres para la superioridad que se han arrogado, principalmente en los dotes del ánimo? La Creación de unos y de otros, es la que puede dar alguna luz. ¿Pero qué descubrimos en ella? Que Dios creó a Adan, y este hecho menos luego una compañía semejante a él: cuya compañía se le concedió en la mujer. ¿Puede desearse prueba más concluyente de la igualdad y semejanza de ambos, en aquel primer estado? ¿Hay en todo esto alguna sombra de sujeción, ni dependencia de uno a otro? Es verdad, que el hombre fue criado primero,y fue criado solo, pero poco tardó en conocer, que no podía vivir sin compañera, primera imagen del matrimonio, y primera también de una perfecta Sociedad.

8° Si pasamos después a considerar lo que sucedió en la caída de nuestros primeros Padres, no hallaremos degradada a la mujer de sus facultades racionales. El abuso que de ellas hizo, fue su pecado, el de Adan, y el de toda su posteridad. Mas sin disculpar este atentado, ¿quien negará que la mujer precedió al hombre en el deseo de saber? Aquella fruta que les había sido vedada, contenía la ciencia del bien y del mal. Eva no resistió a estas tentaciones, antes persuadió a su marido, y el cometió por condescendencia el pecado, que aquélla empezó por curiosidad. Detestable curiosidad por cierto; pero la curiosidad suele ser indicio de talento, porque sin él nadie hace diligencias exquisitas para instruirse.

9° Tampoco la justa pena que se impuso a entrambos, derogó en nada sus facultades intelectuales. Si el hombre puede trabajar sin perder por eso la aptitud para las ciencias, también la sujeción de la mujer es respectiva. Debería bastarle al primero ser cabeza de familia, y estar en posesión de los empleos, sin pretender dar más extensión a su dominio. Porque aun admitido en estos casos, no siempre es prueba concluyente de superioridad de talento. Los mismos hombres, no son, ni pueden ser todos iguales. Es preciso que haya unos que manden a los otros, y sucede no pocas veces, que al de más ingenio, le toca la suerte de obedecer, y respetar al que tiene menos. Así las mujeres podrán estar sujetas en ciertos casos a los hombres, sin perder por eso la igualdad con ellos en el entendimiento.

10° Si esta igualdad se ve indicada en la Creación, mejor podrá probarse por los testimonios que han dado las mismas mujeres. Es cierto, que el talento, o la inteligencia, así como es la parte superior que hay en nosotros, es también la parte incomprensible, que sólo se puede conocer por los efectos. En este supuesto si los hombres acreditan su capacidad por las obras que hacen, y los raciocinios que forman, siempre que haya mujeres, que hagan otro tanto, no será temeridad igualarlos, deduciendo que unos mismos efectos suponen causas conformes. Si los ejemplos no son tan numerosos en éstas, como en aquellos, es claro que consiste en ser menos las que estudian, y menos las ocasiones, que los hombres las permiten de probar sus talentos.

 

11° Ninguno que esté medianamente instruido, negará que en todos tiempos, y en todos países, ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres, porque cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras, e imitadoras en el otro sexo. En el tiempo que la Grecia fue sabia, contó entre otras muchas insignes, a Theano, que comentó Pithágoras, a Hypparchia,que excedió en la Filosofía y Matemática a Theón, su Padre y maestro; a Diotima, de la cual se confesaba discípulo Sócrates. En el Lacio, se supone haber inventado Nicostrata las Letras Latinas, las cuales supieron después cultivar varias mujeres, entre otras Fabiola, Marcella y Eustequia. En Francia es largo el catálogo de Literatas insignes, y cuando otras no hubiera, bastarán los nombres de la Marquesa de Sebigné, de la Condesa de la Fayete, y de Madama Dacier, para acreditar que se han distinguido igualmente que sus paisanos insignes. En el día continúan varias Señoras, honrando su sexo con los escritos, como puede verse en la Década Epistolar de D. Francisco María de Silva. En la Rusia florecen en el día las letras, pero si esta revolución tan gloriosa se debe a los esfuerzos del zar Pedro el Grande, los continúa la actual zarina Catalina II, la qual ha escrito el Códice de las Leyes, obra que no se puede alabar bastantemente, y una Novela moral y sabia, dirigida a la instrucción de sus Nietos: ambas obras las ha escrito en Francés, cuyo Idioma posee con tal gracia y finura, a que llegan pocos de los mismos Franceses. Esta insigne mujer sería injusta, si conociendo por su misma experiencia, de cuanto es capaz su sexo, no le honrase como merece. Pero no hay que hacerla este cargo, porque premia el mérito donde quiera que le encuentra. Así se verifica en la Princesa de Askoff Heroína ilustre, la cual después de haber manifestado a las tropas Rusas su espíritu marcial, sabe como otra Minerva todas las ciencias, y por ello y por su numen Poético, la ha elegido su Soberano para cabeza y Presidenta de la Academia Real de las Ciencias de Petersburgo.

12° En España no se han distinguido menos las mujeres, en la carrera de las letras. Si se hubiera de hablar de todas, con la distinción que merecen, formarían un libro abultado. Las más acreditadas son Luisa Sigea, Francisca Nebrija, Beatriz Galindo, Isabel de Joya, Juliana Morrell, y Oliva de Sabuco. Esta última fue inventora de un nuevo sistema en la Física. También se pudiera hacer mención aquí de algunas Señoras ilustres, que honran en el día las letras, pero es tan notorio su mérito, que tengo por ocioso expresarlo en este papel. El de las mugeres en general puede verse más extensamente en la obra de Mr. Tomás, intitulada, “Ensayo sobre el carácter, costumbres y entendimiento de las mugares”, y en tantas otras como son: “Mujeres ilustres, mujeres celebres; Tratado de la educación de las Mujeres; El Amigo de las Mujeres; Las Mueres vindicadas,” &c.

13° Si se han distinguido en las letras, no han acreditado menos su prudencia en el govierno en los negocios públicos cuya prenda es la que más se les disputa. Pero no se la disputaban tanto los antiguos cuando los Lacedemonios se servían en sus acciones, del consejo de las mugeres, y nada ejecutaban sin consultarlas. Los Atenienses, querían que en los asuntos que se proponían al Senado, diesen ellas su parecer, como si fueran sabios y prudentes Senadores. El voto de estos dos Pueblos, tan recomendables por todas circunstancias, debería decidir el pleito a favor de las mujeres, y más habiendo ellas justificado en todo tiempo este concepto, pues casi todas las que han estado en precisión de mandar pueblos enteros lo han hecho con acierto: consúltense las historias generales, y particulares para ver si en igual número de Reyes, o de Reynas, que han regido estados, se hallan tantos Héroes, como Heroínas. Tratando de éstas, merece el primer lugar Débora, porque gobernó el pueblo de Israel, porción escogida de Dios, y que como tal, debe fundar opinión para todo. Esta mujer pues, entra en el catálogo de los Jueces de Israel, se sentaba como ellos a administrar justicia y acaudillaba el ejército. Gemiamira, madre de Eliogabalo, concurría al Senado a dar su parecer por su prudencia y sabiduría. Si se quieren ejemplos más modernos, todos saben la prudencia de la Reyna Católica Doña Isabel, que aunque no gobernó sola, intervino en todas las cosas grandes que se hicieron en su tiempo; en Inglaterra las dos Reinas Isabel y Ana, han contribuido tanto como los Reyes sabios, que allí ha habido, a extender el poder, y a hacer formidable la Gran Bretaña. En Rusia las dos Catalinas han perfeccionado el esplendor que comenzó Pedro el Grande. Y se pudieran citar otras, que en un dominio menos extenso, que los que acabamos de referir han acreditado su aptitud para el gobierno”.

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