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Opinión

Católicos y científicos: Andrés Vesalio, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Católicos y científicos: Andrés Vesalio, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Se celebra el quinto centenario del nacimiento del médico Andrés Vesalio (1514-1564), por un tiempo médico de Felipe II. Como en tantas ocasiones, la revolución científica –de la medicina en este caso- que desencadena un cambio de paradigma gracias al abandono de posturas inmovilistas, es llevada a cabo por un científico católico, en pleno Renacimiento.

Admirador desde pequeño de la obra biológica de san Alberto Magno y aficionado a las disecciones de animales, de familia de médicos, aprendió latín, griego, árabe y hebreo.  Estudió en París –cuya universidad, fundada en el siglo XII por el obispo, pegada a Nôtre Dame, terminaría denominándose La Sorbona, en honor a quien la impulsara en el siglo XIII, Roberto de Sorbón, sacerdote católico capellán y confesor de Luis IX de Francia, rey de Francia- y en Padua –en la que daría clase el mismo san Alberto-

Vesalio, profundamente seducido por la anatomía, comenzó a hacer disecciones humanas junto con Miguel Servet en cadáveres sustraídos de cementerios. Obtuvo el grado en medicina en la Universidad de Lovaina –hoy Universidad Católica de Lovaina- en 1537.

Ecléctico hacia la medicina árabe, de su comparación con la galénica surgió su cambio de postura dirigido a la comprobación experimental y el abandono del aristotelismo sensu stricto., combinado con la ilustración gráfica. Se dice que “…abandonó la cátedra para bajar y situarse junto al cadáver, disecando y mostrando por sí mismo la parte a la que la explicación se refería” (J.L. Fresquet. 2004). Sus magníficos dibujos fueron recopilados y publicados en 1542 en su más famosa obra, De humani corporis fabrica libri septem , dedicada al emperador Carlos V –del que fue médico de cámara itinerante- y el Epitome al que después sería Felipe II. En 1556 pasó al servicio de éste traslandándose a Madrid en 1559. Su estancia no fue demasiado grata por un desgraciado acontecimiento con el infante, las relaciones con el resto de los médicos de la casa real y, quizás, por la ausencia de cadáveres para disección. Condenado a la hoguera por acusaciones de envidiosos, consiguió la permuta de la pena capital por un viaje a Tierra Santa gracias a la intervención directa de Felipe II. A su regreso enfermó y murió en la isla de Zante, actual Grecia.



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