El domingo 24 de septiembre, la Iglesia celebra la 109ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema “Libre para elegir si migrar o quedarse”, un lema suficientemente explícito que no deja lugar a dudas sobre la propuesta del Papa Francisco: la defensa del derecho a salir del propio país y a quedarse como tarea pastoral de todos los católicos.
En el mensaje que el Papa Francisco nos regala con motivo de esta Jornada, recuerda el texto de Mateo que refiere la aparición del Ángel a José y el mandato que le dirige: “Levántate, toma al niño y a su madre, huya a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2, 13). Evidentemente, la huida de la Sagrada Familia a Egipto no fue fruto de una decisión libre, sino obligada por la violencia de un tirano que amenazaba la supervivencia de su propio hijo. Tampoco Jacob y su familia emigraron a Egipto después de una decisión libre, sino a causa de una gran hambruna. A día de hoy, siguen produciéndose casos de refugiados que huyen de los conflictos armados, de las persecuciones, en definitiva, de la violencia. Otros lo hacen forzados por los fenómenos atmosféricos, la desertización, la pobreza, el hambre, el miedo, la desesperación…
Como cristianos, hemos de preguntarnos qué hacer para garantizar, en primer lugar, el derecho a permanecer en el propio país. Como afirmaba el Papa Francisco en Marruecos hace unos años, estamos afrontando una crisis migratoria enorme, lo que constituye una llamada urgente “para que busquemos los medios concretos para erradicar las causas que obligan a tantas personas a dejar su país, su familia, y a encontrarse frecuentemente marginadas, rechazadas”.
Para asegurar el derecho a permanecer en el país originario, “es necesario garantizar condiciones de bienestar en las zonas de origen de los flujos migratorios”, afirman los obispos de la Subcomisión para las Migraciones y Movilidad Humana de la CEE. En orden a asegurar este derecho, los agentes sociales tanto del país emisor como del receptor, deberían esforzarse por poner fin a las injusticias económicas: el colonialismo económico, la usurpación de recursos ajenos, la carrera de armamentos, la devastación de la casa común…
La competitividad económica que asfixia a los países pobres, según el Santo Padre, debería dar paso a la ayuda económica, a la condonación de la deuda y a la reducción de las sanciones internacionales. También habría que “garantizar a todos una participación equitativa en el bien común, el respeto de los derechos fundamentales y el acceso al desarrollo humano integral”. Por supuesto, los gobernantes deberían ser responsables y practicar una política transparente, honesta, dirigida a salvaguardar el bien común. Y, en fin, sería fundamental poner los medios necesarios para que la decisión que tomen los interesados sea bien informada y ponderada, evitando así que se conviertan en víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos.
Por supuesto, los migrantes también tienen derecho a emigrar. La Iglesia española los acompaña y apoya en la defensa de este derecho promoviendo la acogida, la protección, la promoción y la integración. Al mismo tiempo, frente a las barreras que se les suelen poner, no cesa de recordar la gran aportación que ofrecen a nuestro país en el terreno laboral, social y hasta religioso. También está poniendo en marcha distintas iniciativas como la Mesa del Mundo Rural. En la Jornada que la Delegación Episcopal de Migraciones tiene previsto celebrar el sábado 23 de septiembre en el Colegio Diocesano S. Ignacio de Ponferrada, tendremos la ocasión de profundizar en el conocimiento de esta realidad y en el compromiso que Dios espera de nosotros. En cualquier caso, que no les falte nuestra cercanía y nuestra oración.
+ Jesús Fernández González
Obispo de Astorga
