Seguramente, casi ninguno de los que estuvimos en el Congreso de Laicos podríamos haber imaginado un futuro inmediato como el que hemos vivido. Y, sin embargo, la crisis en que estamos inmersos se ha convertido en una ocasión excelente para llevar adelante los grandes planteamientos que movieron esta convocatoria. La Jornada Nacional de Apostolado Seglar prevista para este 9 de mayo ha mantenido su fecha de celebración pero ha cambiado su forma de desarrollo. Mediante una aplicación virtual, se presenta a través de la pantalla la evaluación de las conclusiones del Congreso de Laicos y la preparación del Día de la Acción Apostólica y el Apostolado Seglar, que se celebra el próximo 31 de mayo bajo el lema «Hacia un renovado Pentecostés».
A este encuentro están invitados todos los delegados diocesanos de Apostolado Seglar, los responsables de movimientos, asociaciones y otras realidades laicales que dialogarán con Carlos Loriente García, doctor en Teología Fundamental y profesor en el Instituto Teológico San Ildefonso de Toledo, que ha profundizado en ECCLESIA sobre los proyectos y las perspectivas del movimiento laical para los próximos meses.
—En medio de esta situación, ¿cómo recordar el Congreso como empuje para nuestro compromiso?
—No podemos olvidar los itinerarios sobre los que se planteó una acción a largo plazo de la Iglesia en España. Resulta que la situación generada por la pandemia se ha convertido en una gran ocasión para vivirlos. Primer Anuncio: porque hoy más que nunca se necesita escuchar la buena noticia de la victoria de Jesucristo Resucitado sobre el mal y sobre la muerte. Acompañamiento: porque si no estamos con los que sufren esta crisis sanitaria, que después será económica y social, no estaremos siendo fieles a nuestra vocación evangélica. Procesos Formativos: probablemente el ritmo frenético de nuestra vida ha cedido para permitir un mayor silencio interior, en el que surgen muchos interrogantes ante la fragilidad de la vida y de nuestra condición humana. El espacio virtual se ha abierto para ofrecer respuestas ante las inquietudes de nuestros contemporáneos. Y esto es una bendición. No exenta de ambigüedades, pero seguro que este impulso está llamado a permanecer. Presencia en la vida pública: los cristianos hemos dado un ejemplo de vida cívica en esta situación. Han surgido muchos «héroes anónimos» movidos por la fe. Y la responsabilidad social con que se ha afrontado solidariamente esta situación, revelando la falsedad del individualismo, da mucha esperanza.
—Los laicos están al frente de muchas iniciativas de encuentro, de cercanía y acompañamiento.
—Gracias a Dios, la pandemia no ha paralizado la vida de la Iglesia. Se ha suprimido el culto público en muchas diócesis, pero cada hogar se ha convertido en una iglesia doméstica, que, por otra parte, es la forma originaria de las comunidades eclesiales. No tanto por el lugar de la celebración, sino porque la Iglesia es «casa y familia» de Dios. Y las tramas del amor paterno, filial, fraterno… deberían ser el modelo y fundamento de la caridad con que se construyan nuestras comunidades, como una gran familia. Ser más familia. Desde ahí es mucho más fácil irradiar la luz del Evangelio a nuestro mundo. Comunión genera misión y viceversa.
Junto a la vida oculta de la Iglesia doméstica, que se ha revitalizado, han surgido montones de respuestas ante necesidades concretas. Una de las grandezas del apostolado de los laicos es su «capilaridad». Llegan a los últimos rincones, hacen presente a la Iglesia que vive en medio de sus hijos y de sus hijas en todos los ambientes. Sería vano y necesariamente incompleto el intento de describir todo lo que la Iglesia ha impulsado a raíz de estas semanas de crisis. Pero abundan las iniciativas de escucha a los que sufren. Muy especialmente, en el caso de los que han vivido un duelo difícil de procesar. Las parroquias y movimientos han desplegado todo su arsenal caritativo, ha sido como un abrirse del corazón de la Iglesia rasgado por tanto sufrimiento.
—Un papel muy importante de los laicos es el de fomentar el diálogo entre las fuerzas políticas, para llegar a un acercamiento constructivo.
—Nuestra perspectiva sobre el bien común y la solidaridad se han alineado con la petición pública de cuarentena temporal. Es cierto que los cristianos pueden y deben ser cautos con los regímenes políticos que ignoran las obligaciones de la ley moral natural o traspasan los límites de la libertad religiosa.
Pero también debemos estar en guardia contra el individualismo exagerado o el narcisismo religioso. Ya anuncian los sociólogos que se va a producir un cambio, con un cuestionamiento muy serio, del papel de los líderes políticos en el servicio público. Probablemente nos venga bien. En Sanidad no han fallado los fondos necesarios ni el personal, ha fallado la previsión. Pero cuidado, porque las crisis son también caldos de cultivo de la revolución.
En estos momentos se pone a prueba, sobre todo, la confianza. Necesitamos saber en quién podemos confiar. Y esto es una tarea bidireccional. No basta pedir confianza ciega, hay que poder suscitarla desde el testimonio, el análisis profundo y las propuestas realistas. Para recuperar la confianza tendrá que haber un ejercicio de reconocimiento de los errores, de perdón y sanación colectivos, y ojalá emerjan los líderes que necesita esta época. Tiempos difíciles que ayudarán al crecimiento y el fortalecimiento de nuestra generación. Esperamos que los hombres de fe estén ahí.
—¿Cuáles son los desafíos pastorales de cara a los próximos meses cuando volvamos a la «normalidad»?
—La normalidad seguramente vendrá precedida de un largo tiempo de reconstrucción. La Iglesia debe velar para que la reconstrucción se haga sobre la base de la dignidad inviolable de la persona humana. Es una prioridad máxima, esa atención integral: no solo material, sino también espiritual. La tarea de la reconstrucción es de todos. Todos somos actores, todos sumamos. Los que se han quedado en casa, los que estaban en el frente, lo que seguían garantizando la educación de las nuevas generaciones, los que protegen a nuestros mayores (uno de los grandes tesoros que tenemos que volver a descubrir).
La tarea de la Iglesia es la de sembrar evangélicamente para que crezca en medio de nosotros el Reino de Dios. Esto requiere mucha paciencia. Las imágenes que utiliza Jesús en el Evangelio para hablar del crecimiento del Reino son casi siempre del mundo vegetal: una semilla, una planta… El que la observa de un día para otro no nota su crecimiento. Un padre espiritual siempre recomendaba mucha paciencia a los que se dedican a la educación. Pero creo que se puede extender a todos los que hemos sido llamados a la evangelización: paciencia siempre, amor en todo. La tentación de los análisis puede quedarse en la lectura de grandes números. Miles de muertos, puntos del PIB que se pierden…
Pero es la tentación de la mercantilización que aboca a la plutocracia, al gobierno del dinero. El Evangelio propone otro camino: el de la mirada cercana. Chesterton decía que, en el Evangelio, había descubierto uno de los lemas de su vida: «Lo pequeño es hermoso».
Todas las personas, especialmente las que menos cuentan, son dignas de nuestra atención. Acercar el foco es el camino de la Iglesia, no perderse en las cifras. El gran reto es hacer así visible el rostro del Dios Trinidad, Amor compasivo. Esta crisis puede ayudarnos a buscar de nuevo
