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Coronavirus Internacional

Cáritas, en primera línea contra el COVID

Permanecer en los domicilios, lavarse a menudo las manos con una solución hidroalcohólica, respetar la distancia de seguridad, protegerse con mascarillas… Las medidas decretadas para luchar contra la pandemia de COVID-19 en el primer mundo resultan difícilmente aplicables para millones de personas en el tercero. Suenan a ciencia ficción, por ejemplo, a quienes pasan sus días hacinados en campos de refugiados, carecen de agua corriente en sus casas, o pueblan infraviviendas en favelas, bidonvilles o slums.
El 31 de diciembre de 2018, según ACNUR, 70,8 millones de personas se habían visto obligadas a huir de sus hogares por guerras y persecuciones, una cifra nunca vista hasta entonces. De esos 70,8 millones, 30 millones eran refugiados; y de estos, más de la mitad, tenían menos de 18 años. Todos ellos sobreviven hoy gracias a la ayuda internacional en numerosos campos y asentamientos, algunos de ellos verdaderas ciudades.

Bangladesh: Cox´s Bazar

El de Cox´s Bazar, en Bangladesh, es uno de los mayores del mundo. En él malviven más de 800.000 refugiados rohingyas huidos de la vecina Myanmar, la mitad niños. La oenegé cristiana World Vision ha instalado en él 3.750 puntos de lavado de manos, ha distribuido jabón a 17.700 familias y ha repartido, junto al Programa Mundial de Alimentos, raciones de comida en 96.000 «viviendas», por llamarlas de alguna manera, pues se trata muchas veces de meros refugios de plástico.
«El distanciamiento social es casi imposible. Hay familias donde son ocho personas en una sola habitación», afirma Rachel Wolff, directora de respuesta de la organización. La densidad de población en Cox´s Bazar es de 40.000 personas por kilómetro cuadrados.
Cáritas Bangladesh también está presente en el macroasentamiento. «Hemos distribuido 200.000 folletos informativos y miles de afiches en su lengua, además de máscaras protectoras, desinfectantes y jabón para las manos», dice su director, Ranjon Francis Rozario. La institución ha donado dinero a las autoridades locales para la compra de medicamentos y la apertura de ambulatorios.
Hace poco más de un mes Cáritas Europa informó de que en las islas griegas había 40.000 personas en campamentos diseñados para acoger únicamente a 6.000 inmigrantes. Y denunció que miles más moraban en otros campos improvisados, sin acceso a servicios ni atención médica. A día de hoy, Grecia es uno de los países europeos que mejor está lidiando con la pandemia (2.235 diagnosticados y 110 fallecidos a fecha 20 de abril), pero sus autoridades se han visto obligadas a decretar cuarentena en dos de esos campos —Ritsona 2.000 personas, a 75 kilómetros al norte de Atenas, y Malakasa, 1.500 residentes, a 38— después de detectar en ellos,hace una semanas, los primeros casos de coronavirus.

India, Filipinas, Venezuela…

Cáritas Internacional está en primera línea en la lucha para prevenir el COVID-19. Su secretario general, Aloysius John, ha explicado que cada una de las 165 Cáritas nacionales que integran la federación están apoyando a las poblaciones más vulnerables y que su labor humanitaria no se ha detenido en ningún momento. En India, por ejemplo, la Cáritas nacional ha distribuido 72.000 botellas de desinfectante, cuatro millones de mascarillas y 64.000 kits de higiene personal. En Filipinas —cuyo desalmado presidente, Rodrigo Duterte, ha ordenado a policía y ejército disparar a matar a quienes violen el confinamiento—, Cáritas ha creado «casas de amabilidad» para repartir comida entre los más pobres. Cáritas Venezuela está haciendo gala de creatividad y ahora las «ollas solidarias» se hacen a puerta cerrada, encargándose luego los voluntarios de repartir los alimentos por las casas de los más necesitados. En Ruanda la sensibilización de la población a través de la radio diocesana empezó antes de que hubiera un solo caso de COVID-19.
Y en España, además de la impagable labor aquí, Cáritas ha aprobado cinco proyectos en el extranjero: tres, por importe de 180.000 euros, para reforzar los programas preventivos de las Cáritas del Sahel (Malí, Senegal y Burkina Faso) y de la región de los Grandes Lagos (República Democrática del Congo y Burundi); y los otros dos (65.000 euros) para ayudar a la asistencia humanitaria de los refugiados que realizan las Cáritas de Albania y de Grecia, esta última en las islas de Lesbos y Chíos.

Preocupación en Sudáfrica

En África el virus todavía no ha atacado con la fuerza en que lo ha hecho en Europa o Estados Unidos, pero al decir del director de la OMS, Tedros Ghebreyesus, el más pobre de los continentes se convertirá próximamente en el nuevo epicentro de la pandemia. El 21 de abril había confirmados allí 23.499 casos y 1.161 fallecidos. Los países más golpeados eran Egipto y Sudáfrica, con 3.300 casos cada uno, seguidos a corta distancia de Marruecos. Argelia, por su parte, era la que había registrado más muertes: 384. Todos estos datos, en cualquier caso, hay que cogerlos con pinzas.
Si en los próximos meses el virus se expandiera y se generalizara la epidemia, la mortandad sería muy elevada, dada la escasez de médicos y la fragilidad de los sistemas de salud. En Malawi, según cita Fides, hay solo diez camas para cuarentena, 17 para cuidados intensivos y dos laboratorios para análisis.
Sudáfrica, uno de los países en los más está avanzando la enfermedad, cuenta con un sistema sanitario similar al de Estados Unidos: buena atención médica para aquellos que pueden pagarla (muy pocos), mientras que la mayoría de la población ha de recurrir a hospitales y centros de salud públicos que ya están colapsados. A principios de abril, el presidente Cyril Ramaphosa decretó la paralización de las actividades económicas y el confinamiento en las casas, medidas que fueron acogidas positivamente por las clases medias y acomodadas pero que están suponiendo un calvario para los más pobres: los habitantes de los township (municipios de población negra) y los inmigrantes (el 7,5% de la población del país).
Los township son «como calderas de agua hirviendo; si no hay válvula de escape, explotarán», advierte el misionero escalabriniano Filippo Ferrara, que dice que no es casualidad que estos municipios estén rodeados por el ejército (con armas de combate) y no por la policía. Mucha gente humilde trabaja en la economía informal y vive al día; no poder salir durante mucho tiempo supone no ganar nada y, por tanto, no poder comprar para comer.
En Sudáfrica también, el arzobispo auxiliar de Ciudad del Cabo, Sylvester David, ha confirmado la profanación en la noche del 18 de abril de la catedral de Santa María de la Huida a Egipto, la más antigua del país. Los ladrones se llevaron varios cálices chapados en oro, cuatro candelabros del plata, patenas y el dinero de las velas votivas.

Por José Ignacio Rivarés



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