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Cardenal Omella: «Que esta Semana Santa no sea una semana más»

A las puertas de la Semana Santa, el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, ha pedido que «esta Semana Santa no sea semana más». El cardenal ha explicado que cada uno de estos siete días «representan la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte para siempre».

Omella ha participado en el espacio «Camino de Pasccua» en Trece para alentar a  todos los que han sufrido y sufren la enfermedad, «a los que sentís el zarpazo de la muerte de un ser querido, vosotros que os sentís solos y abandonados, vosotros que sufrís ante la división en el seno de vuestras familias, vosotros que estáis desanimados y quizás al borde de la desesperación, no olvidéis que la Semana Santa acaba con la Resurrección de Cristo; el sufrimiento, el mal, el pecado y la muerte no tienen la última palabra».

Omella ha destacado la importancia de «pedir a Dios su ayuda y disponernos a acoger su gracia para poder vivir nuestras “semanas santas” con la misma actitud que lo hizo Cristo».

Entrada en Jerusalén

El pórtico de la Semana Santa es el domingo de Ramos, el día en que Cristo entró triunfalmente en Jerusalén: «El clima que se respira entre la multitud que rodea al Maestro es de gozo, de bullicio, de algarabía, ya que se dirigen a Jerusalén, donde siempre han entrado entre cantos de alabanza y de alegría. Extienden sus mantos, esparcen ramas de olivo y de palmas, para que pase el borrico que el Señor ha escogido como cabalgadura».

Algunas de las gargantas que gritaban jubilosas en ese momento, «pasadas muy pocas horas vocearon de forma estridente un “¡Crucifícale!”, que removió los cimientos de la cordura y del sentido común. ¡Qué variable e incongruente puede llegar a ser la naturaleza humana!».

¿Por qué llora Jesús?

El presidente de la CEE ha destacado que en ese día y en ese momento, «Jesús contemplaba desde el monte la ciudad de Jerusalén y su templo. La visión profética de su destrucción le llevó al llanto, algo que con seguridad desconcertaría a todos los que le rodeaban, sobre todo a los discípulos. Jesús se había volcado en cuerpo y alma y había puesto todos los medios para salvar a Jerusalén y al pueblo judío. Del mismo modo como pone todos los medios y toda su solicitud amorosa para con todos nosotros, el nuevo Pueblo de Dios».

¿Cómo caería aquel llanto entre la multitud de discípulos y de pueblo que venía gritando y cantando?, se ha preguntado el purpurado. «Tuvo que ser algo inesperado. Los más cercanos al Señor se quedaron absolutamente desconcertados. Con seguridad, tanta alegría quedaría rota y silenciada de golpe, en un instante. ¿Por qué llora Jesús? Porque la ignorancia, la ceguera y aún la maldad ha hundido en el pecado a Jerusalén. La ciudad de Dios por excelencia cargará con el gran pecado de la muerte del Hijo de Dios que va a tener lugar a la vera de sus murallas. Jesús llora porque Jerusalén no se va a arrepentir. Y llora también porque esa bella ciudad será pronto arrasada». Jesús lo ha intentado todo, «como lo ha intentado con cada uno de nosotros y lo sigue intentando en nuestras vidas. La voluntad de Cristo siempre es salvadora, sanadora».

Luchar contra la indiferencia

Por eso, esta Semana Santa «no puede ser una semana más». El Papa Francisco «nos ha pedido muchas veces luchar contra la indiferencia. No podemos vivir en una indiferencia indolente en lo que se refiere a Dios y a las cosas de Dios. Vivamos con intensidad espiritual la Semana Santa. Participemos en todos los actos litúrgicos. Vivamos lo que bien sabemos: conversión, confesión, cambio de vida, compromiso de amor con el hermano y con la creación».

Que esta Semana Santa «sean días de silencio, de oración, de contemplación del misterio de entrega de Dios hasta la muerte, una muerte de profundo sufrimiento físico, psicológico y espiritual en la Cruz».



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