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Ante el “Año de la Fe” entremos por su puerta

Queridos diocesanos:

Estamos ya en pleno curso pastoral. La XI Semana los días 10 al 13 del pasado septiembre marcó los objetivos y señaló el momento de echar a andar como Iglesia diocesana en una nueva etapa de su más que secular marcha en esta tierra cumpliendo el mandato del Señor: “Id y haced discípulos de todos los pueblos…” (Mt 28, 19). El comienzo de este curso coincide con la inauguración del Año de la Fe por el Papa Benedicto XVI, secundado por todos los obispos del orbe, el día 11 de octubre conmemorando los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y otros acontecimientos. Asociarnos a esta iniciativa  es un signo de comunión con la Iglesia universal y supone un valioso refuerzo para los objetivos pastorales de este curso.

         Entremos todos o, mejor dicho, volvamos a entrar de nuevo por la puerta de la fe” (cf. Hch 14, 27) que está siempre abierta para nosotros, como nos ha invitado el Sucesor de Pedro. Pero hagámoslo conscientemente, convertidos por la palabra de Dios y deseosos de participar en los bienes de la unión con Dios y con todos los creyentes en Jesucristo. Dice el Papa en la carta en la que anunció el Año de la Fe: “Se cruza ese umbral cuando la palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4)… y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna” (Carta Porta Fidei, n. 1).

         En mi carta pastoral de comienzo de curso he tratado de explicar, especialmente en la I parte, los fines del Año de la Fe y las actitudes con que debemos celebrarlo. En efecto, se nos invita a descubrir de nuevo integralmente y en todo su valor la fe como encuentro personal con Jesucristo que da a nuestra vida un nuevo horizonte y, con ello, una orientación decisiva. La fe es una gracia que hemos de recuperar en su belleza, cultivar en su valor y testimoniar con la alegría de ser cristianos. Vivimos en medio de una sociedad marcada por el agnosticismo, la increencia y aun la indiferencia religiosa. La pregunta que Jesús hizo un día debe interpelarnos: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8). Por eso el Año de la Fe nos pide convertirnos al Señor, único Salvador del mundo. La conversión del corazón es el primer paso para captar y vivir la belleza de la fe en Jesucristo.

Después vendrá el crecimiento en la fe, la formación de la fe que la Iglesia nos ofrece de dos modos. El primero, el más sencillo y universal, es la participación en la Eucaristía dominical, en los sacramentos y en la oración de la Iglesia siguiendo el año litúrgico. De este modo, tratando de asimilar la palabra de Dios que se proclama en las lecturas y se explica en la homilía, la fe se nutre y fortalece. El segundo modo es acudiendo asiduamente a cursos, reuniones de grupos eclesiales o de apostolado, etc., en los que no puede faltar la formación de la fe y de otros aspectos de la vida cristiana. En este sentido os invito a participar no sólo en el primer modo que es obligado para todos los fieles no impedidos, sino también en el segundo. Así, cuando llegue el momento, podréis hacer esa profesión de fe a la que nos convoca también el Papa. No dudéis en entrar por la “puerta de la fe” porque os sentiréis confirmados y robustecidos en todas las dimensiones de vuestro ser en Cristo. Con mi cordial saludo y bendición:

 

+ Julián, Obispo de León



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