Nicolás Echevarría Rivera se asomó al mundo el miércoles 6 de mayo, hacia la una del mediodía, con casi cuatro kilos. Es el quinto hijo de Ana y Raúl, a quienes un virus, que ha viajado desde China y apareció con toda su crudeza en el tercer trimestre de embarazo, ha cambiado todos los planes que la familia había hecho para darle la bienvenida. Hace unos meses, la mayor preocupación para el embarazo era la edad de Ana, 42 años. Pero todo cambió en marzo. Días después de haber dado a luz a su quinto hijo, Ana, desde Las Rozas, cuenta cómo ha vivido toda esta experiencia.
—Este es su quinto parto, pero seguro que ha sido diferente a los anteriores, dadas las circunstancias. ¿Cómo lo vivió?
—Mi marido me llevó en coche y me dejó en la puerta, como quien te deja en el tren. Él no podía entrar porque había dado positivo en el test de coronavirus y preferían que no me acompañara nadie. Al final, es un riesgo para el personal médico y para ti misma. Así que llegué al hospital como quien va en taxi, diciendo «vengo a dar a luz» porque me habían programado el parto… Fue duro, mis lagrimones se me cayeron en más de una ocasión. Luego, en ese momento la sala está llena de gente. Esta vez, como había dos casos positivos en mi casa (también uno de sus hijos), solo estábamos la ginecóloga, la matrona y yo… Y te quedas con una sensación extraña, pero bueno. Entre la poca gente y que me pusieron pronto la epidural, es que casi no se oyó una mosca en el paritorio. El parto fue un poco más triste y con más preocupación que otros, con los que solo piensas que nazca bien y esté sano. Ahora se añadía la preocupación del contagio.
—Mientras permaneció ingresada, ¿estuvo sola en la habitación del hospital?
—La ginecóloga me dijo que si quería venir alguien, que estuviera bien. Al principio yo no quería pero al final tuve que transigir y mi hermana vino, eso sí, forrada con su mascarilla y su guante y todo, me echó una mano y se quedó a dormir. Yo no era capaz de incorporarme para levantarme y beber. Luego, al día siguiente, vino mi madre porque si no, no iba a ver al bebé, y tan contenta.
—¿Cómo se han organizado en casa, con su marido y uno de sus hijos con coronavirus?
—Teníamos una habitación reservada para que los niños guardasen los juguetes y con un sofá-cama de visitas, donde hemos puesto la minicuna. En esa habitación estamos el bebé y yo, y el papá sigue en otra. Con mucho cuidado, no dejo a ninguno que coja al bebé, aunque todos desean ayudar y toquetearle. Hemos explicado a los niños que tienen que tener paciencia. Y andamos separando baños, con mucha limpieza, con mucho cuidado. La gente te sugiere de todo, como irte a un hotel para que no entre en casa, pero se me rompía el corazón de pensar que no iba a estar en casa con mis niños, les echo de menos. Preferimos esta opción de volver a casa.
—¿Cómo vivió el embarazo?
—Al principio, el virus se veía lejano, en China. Y cuando empezó a llegar a Europa pensé que, con esto de un mundo tan global, en cuanto alguien lo tuviera en Francia o Alemania o Canarias, tardaría dos días. Dijeron que era una gripe, pero no me convenció desde el primer momento. Me daba miedo, más en mi estado, y no me servía que me dijeran que estuviera tranquila, porque el desconocimiento me ponía y me pone nerviosa.
—¿Y sus hijos?
—Tienen esa confianza, esa simpleza que a veces nos falta a los mayores. Me dan lecciones cada día de cómo hay que adaptarse, solo piden estar con sus padres y ya está, mientras que nosotros nos complicamos. Dios nos los ha puesto por algo, están siendo nuestra fuerza, porque nos ayudan a pensar en lo que realmente importa, que estamos en buenas manos y si confiamos, nada malo pasará.
—Imagino que habrá tenido que cambiar planes.
—Me gusta tenerlo todo organizado. Mi hija hacía el 30 de mayo la Primera Comunión y tenía comprado hasta el último calcetín del último hermano. Ahora me entra hasta la risa, ¿a quién le voy a poner esa ropa? También, justo antes de empezar todo esto íbamos a comprar una casa, con jardín, y bueno, el proceso se ha paralizado. Ya nos mudaremos cuando podamos.
—¿Cambia algo viviendo esta situación desde la fe?
—Al final, a la gente que tenemos fe, egoístamente nos ayuda a tirar para delante. Dios nos quiere y es para bien. Hay que dejarse llevar y confiar, que es complicadísimo. Y la verdad es que agradezco muchísimo que ha habido mucha gente pendiente de nosotros y rezando tanto, de verdad nos ha ayudado. En los momentos que decía «qué miedo, yo sola, no quiero sufrir»… ¡Cuánta gente reza por nosotros! De verdad que les he notado, por ejemplo a las chicas de Emaús. También el mismo párroco de la Visitación se acordó de nosotros la mañana del parto y fue el primero en llamar a mi marido para preguntar qué tal estaba.
—¿Cómo se imagina contando esto dentro de 10 ó 15 años a Nicolás?
—Se lo contaremos, también sus hermanos. Esto que vivimos va para largo, arrastra al mundo entero y habrá consecuencias negativas y positivas. Ojalá se lo contemos como algo que pasó, como un capítulo de la historia.
