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Opinión

Algo tuyo se quema, por José-Román Flecha Andrés (Diario de León, 1-9-2012)

Hace unos años, al llegar los calores del verano aparecían  en las pantallas de televisión y en los carteles viarios algunos lemas como éste: “Cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”. Con aquella publicidad se trataba de ayudarnos a adquirir conciencia de la repercusión social de los desastres provocados.

Es cierto que siempre hubo cínicos que modificaban aquel lema para sugerir que lo que se quemaba dañaba solamente a los grandes terratenientes. No era verdad. Ninguna acción u omisión afecta sólo a una persona. Ya sabemos que el estallido de un volcán en Islandia puede afectar a los cultivos de muchos países.

Puede ser que el incendio de un bosque dañe a las propiedades de una familia. Pero ya decía el refrán que no se puede poner puertas al viento. El fuego no respeta los linderos de las fincas. Pertenezcan legalmente a uno u otro, los bosques, como los ríos, los lagos y los mares, son patrimonio universal.

Quien provoca un incendio debería pensar en el peligro de muerte en que pone a otras personas. ¿Quien desencadena un incendio no se convierte en un asesino más o menos directo? No se puede poner una causa y desentenderse de los previsibles efectos de muerte  y de luto.

Junto a las vidas destrozadas están las pérdidas materiales y económicas. Hay un daño no material que genera la destrucción del paisaje. Con motivo de un grave incendio, se pierde con frecuencia algo que formaba parte importante de la cultura y del “alma” de un pueblo.

Varios sínodos medievales de León declaraban “descomulgados a los quemadores de las casas o de los frutos”. En su encíclica “Caridad en la verdad”, Benedicto XVI ha recordado que los desastres ecológicos dañan sobre todo a los pobres. Ellos ven disminuidos sus recursos y han de buscar otros medios de subsistencia. Por eso subraya él la importancia y la urgencia de una doble responsabilidad.

La responsabilidad intrageneracional nos dice que cada una de nuestras acciones u omisiones afecta a todos los que hoy viven con nosotros. La responsabilidad intergeneracional nos exige pensar en los que en el futuro vivirán en esta tierra. Unos y otros tienen derecho a un ambiente hermoso y vivible.

La preocupación ecológica nos lleva a pensar no sólo en las personas que ven mermadas sus condiciones de vida y de salud a causa de los desastres provocados por el hombre. Ante el estallido de un incendio, también los animales ven amenazado su alimento, su refugio y hasta su vida.

Es más, la misma tierra, sufre las consecuencias. Un incendio en el bosque, arrasa la capa fértil, destruye las defensas vegetales del suelo y fomenta la erosión del terreno que causarán las lluvias. El incendio genera la esterilidad de las colinas y de los valles. La muerte inmediata de muchos vivientes se prolonga en la vida aniquilada en el futuro.

Es la hora de educar a los niños y a los jóvenes para que descubran una responsabilidad que muchos adultos ignoran.

José-Román Flecha Andrés



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