Al menos 18 personas murieron ayer a manos de la policía y el ejército en una nueva jornada de protestas contra el golpe de Estado perpetrado en Myanmar (antigua Birmania) el 1 de febrero. Lo confirma desde Ginebra la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, que cita fuentes «creíbles» sobre el terreno. Hay también una treintena de heridos de distinta consideración.
La jornada de protestas de ayer, 28 de febrero, es la más sangrienta de cuantas ha habido hasta ahora desde que el general Min Aung Hlaing, uno de los dos vicepresidentes del gobierno, sacara los tanques a la calle. Lo hizo en víspera de la constitución del nuevo Parlamento surgido de las elecciones que habían dado la victoria a la Liga para la Democracia de la premio Nobel y Consejera de Estado Aung San Suu Kyi. Además de balas de goma y gases lacrimógenos, la policía ha disparado con fuego real contra los manifestantes en ciudades como Yangon (Rangún, la antigua capital) o Dawei. En Myitkina, en el estado de Kachin, la intervención de una religiosa que se puso de rodillas ante la policía cuando esta se disponía a cargar contra los manifestantes evitó probablemente una masacre.

Tras un mes de protestas diarias, la situación es extremadamente preocupante. El país, de 55 millones de habitantes, vive bajo el toque de queda de seis de la mañana a seis de la tarde; los bancos están cerrados y no se permite sacar más que una cantidad limitada de dinero; los precios del arroz y de la gasolina han aumentado; y la tensión entre el ejército y los grupos rebeldes es máxima.
