Memoria agradecida de doce dimensiones de su ministerio apostólico en el día de su funeral y enterramiento.
Se han agotado quizás las palabras, los comentarios y las perspectivas para valorar el pontificado de Juan Pablo II, el llamado por todo el Grande. Hoy, en el día de su funeral y de su enterramiento, desde el agradecimiento por su persona y ministerios inagotables, trazamos, a modo de pinceladas, algunas dimensiones capitales del Papa de todos, del Papa del pueblo, del Papa de nuestras vidas, del Papa de mi vida, quien me ordenó sacerdote y a quien he tenido el inmenso privilegio y gracia de Dios de poder visitar, seguir y conocer tan de cerca y a quien ayer “visitaba” y veneraba en Roma, en viaje relámpago de agradecimiento.
Los enfermos, las familias y los jóvenes
Juan Pablo II ha sido el Papa enfermo de los enfermos. La enfermedad le ha acompañado de manera permanente y lacerante durante todo su ministerio petrino desde el atentado del 13 de mayo de 1981. Nos ha sobrecogido su imagen doblada por la edad y el deterioro físico, mientras se engrandecía su figura moral. Sus últimos meses del dolor y de la cruz han sido preludio fecundo de la pascua.
Juan Pablo II ha sido testimonio inequívoco de que la fuerza actúa en la debilidad y de que la enfermedad es tiempo privilegiado para compartir la cruz de Jesucristo, la única realidad que nos salva. Juan Pablo II siempre ha expresado su gran cercanía, plegaria y solidaridad con los enfermos y hasta la muerte además con el ejemplo admirable de su propio cuerpo crucificado.
La Encíclica “Evangelium Vitae” y la Carta Apostólica “Donum Vitae” han sido quizás los Documentos pontificios más representativos de su magisterio sobre la familia y la vida. Otras dos de las realidades que más han ocupado y preocupado a este Papa, Papa también de la familia y de la vida. Juan Pablo II ha defendido y promovido la familia como la célula básica de la sociedad, como el santuario de la vida, como la esperanza de la Iglesia y de la humanidad, como la escuela de los mejores valores cristianos y humanos.
Una de las características más acusadas del Pontificado de Juan Pablo II ha sido su sintonía y cercanía con los jóvenes. No cabe ninguna duda que ha sido el Papa de los jóvenes. Si hubiera alguna duda al respecto las millonarias cifras de jóvenes congregados junto al Papa en las Jornadas Mundiales de la Juventud y en otros encuentros juveniles hablarían por sí solas.
¿Cuál ha sido el “secreto” de este extraordinario carisma de un Papa ahora anciano con los jóvenes? La sinceridad y la autenticidad con que el Papa les habla, el afecto que rezuman sus palabras y sus gestos hacia ellos, el testimonio coherente de su propia vida, la herencia de quien en sus años de sacerdote en Cracovia trabajó con los jóvenes en la pastoral universitaria y parroquia, la claridad y fuerza convincente del mensaje predicado… Juan Pablo II es el Papa de los jóvenes. Que se lo preguntan sino a los 750.000 que se congregaron con él el 3 de mayo de 2003 en Cuatro Vientos, en Madrid, o en Roma, o en Denver, o en Manila, o en Santiago, o en Toronto…
La paz y los derechos del hombre
“¡La guerra es la derrota de la humanidad. Nunca más la guerra!” “Yo pertenezco a aquella generación que ha vivido la Segunda Guerra Mundial y ha sobrevivido. Tengo, por tanto, el deber de decir a los que sois más jóvenes que yo: ¡Nunca más la guerra!”. Son las anteriores, algunas de las muchísimas frases y llamadas del Papa Juan Pablo II a favor de la paz. No cabe ninguna duda en afirmar que él es el principal profeta y testigo de la paz de las últimas décadas. La coherencia de su magisterio sobre la paz ha venido además confirmado por sus gestos y acciones a favor de este don de dones que es la paz.
Recordemos sus intervenciones por la paz en los conflictos con Irak de los años 1991 y 2003. O su permanente compromiso por la paz ante la guerra que no cesa en Tierra Santa, en el país de Jesús. O su actitud tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. O las jornadas de ayuno y oración por la paz de los años 1986, 1993 y 2002. Y es que la guerra es la derrota de la humanidad. Nadie se consigue y arregla con la guerra; todo se puede conseguir y arreglar con la paz.
El Papa Juan Pablo II ha sido el Papa del hombre, el Papa de los derechos del hombre. El título de su primera Encíclica, en marzo de 1979, no podía ser ya más significativo y emblemático: “Redemptor hominis”, “El redentor del hombre”, que evoca con las primeras palabras como Papa en el atardece del 16 de octubre de 1978: “No tengáis miedo: abrid las puertas a Cristo. Sólo Él conoce la verdad y el corazón del hombre”.
En sus viajes por la rosa de los vientos de los cinco continentes ha sido un extraordinario campeón y defensor de los derechos del hombre, de todo hombre, especialmente de los que sufren por cualquier causa. “El hombre es el camino de la Iglesia”, afirmó. Veintiséis años después la frase ha quedado más que confirmada y avalada por los hechos de este Papa del hombre y de sus derechos.
Los viajes y España
Es precisamente ésta, su índole de Papa viajero, una de las características más destacadas y fecundas del espléndido Pontificado de Juan Pablo II el Grande, de Juan Pablo II el Magno. En su condición de Pastor de la Iglesia universal, de vicario de Cristo en la tierra, el Papa Juan Pablo II se ha hecho presente en el mundo entero. En tiempos de globalización, él, que acuñó la interpeladota frase de la “globalización de la solidaridad”, ha conocido de primera mano iglesias consolidadas, nacientes, en dificultades, en crecimiento, separadas, en medio de las distintas vicisitudes y circunstancias de la sociedad de los últimos veinticinco años. Su mensaje ha sido constante, nítido, profético, evangélico. Como si de un hilo conductor se tratara, Juan Pablo II ha ido proponiendo y repitiendo a los habitantes de nuestro planeta aquellas palabras suyas del atardecer del memorable 16 de octubre de 1978: “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo. Sólo Él es el redento del hombre”. Desde esta premisa fundamental, desde este frontispicio, se convirtió también en el Papa de los viajes.
En los próximos días 3 y 4 de mayo se cumplen el segundo aniversario de la V Visita Apostólica a España del Papa Juan Pablo II. Fueron 40 apasionantes horas de gracia y de efusión. “Seréis mis testigos” era el lema de aquella memorable visita en la que, una vez más, se comprobó fehacientemente el gran amor de los españoles hacia el Papa y del Santo Padre hacia España.
En noviembre de 1982, Juan Pablo II visitaba por primera vez España. Fueron diez días para la Historia. Recorrió 18 ciudades, pertenecientes a 10 Comunidades Autónomas. Fue “huracán Wojtyla” sobre nuestra piel de toro. En octubre de 1984 regresó durante 16 horas a Zaragoza. María y la evangelización de América fueron los reclamos y desafíos. Santiago de Compostela, Oviedo y Covadonga fueron los escenarios de su tercera visita como apóstol de los jóvenes y peregrino de la fe. Volvió en junio de 1993 a Andalucía occidental y a Madrid. Diez años después, hace ahora dos años, regresaba a España y nos llamaba ser fieles a nuestra historia de fe.

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