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Reflexión sobre Santa María Magdalena

Santa María Magdalena

Reflexión sobre Santa María Magdalena, por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

I. María de Betania, la pecadora convertida

Cuando sale a la luz el Evangelio según san Juan –el último de los cuatro Evangelios en salir–, se sabía ya por san Lucas que una mujer anónima, pecadora pública, en casa de un fariseo, había ungido los pies de Jesús con perfume y los había enjugado con sus cabellos (cf Lc 7, 36?50), y que en una aldea una tal Marta lo había recibido en su casa, y que su hermana María, sentada a los pies del Señor, había escuchado su palabra (cf Lc 10, 38?42); y se sabía por san Mateo y san Marcos que una mujer anónima, en Betania, en casa de Simón el leproso, estando Jesús a la mesa, había derramado perfume de gran precio sobre su cabeza (cf Mt 26, 6?7; Mc 14, 3).

San Juan comienza el capítulo 11 de su Evangelio con estas palabras: «Había un enfermo, Lázaro, de Betania, la aldea de María y su hermana Marta. Era esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo» (Jn 11, 1?2). En este texto san Juan nos informa de tres cosas no clarificadas por los demás evangelistas: Primera, que es Betania la aldea de Marta y María; segunda, que ambas hermanas tienen un hermano llamado Lázaro; y tercera, que la mujer que «ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos» es esta María.

Cuando san Juan comienza el capítulo 11 de su Evangelio, del testimonio escrito de los demás evangelistas se conocía una sola actuación de mujer en que, además de ungir al Señor con ungüento (cf Mt 26, 7 y Mc 14, 3), «le había enjugado los pies con sus cabellos» (Lc 7, 38); por lo que solo a dicha actuación se refiere aquí san Juan. Así pues, este evangelista, antes de narrarnos la muerte y resurrección de Lázaro (cf Jn 11, 11?44) y la posterior cena en Betania –en casa de Simón el leproso (cf Mt 26, 6; Mc 14, 3)–, en que María unge de nuevo los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos (cf Jn 12, 3), nos la identifica ahora, es decir, al comienzo del capítulo 11 de su Evangelio, con la anónima pecadora pública convertida de Lc 7, 36?50.

Así las cosas, ¿por qué, mientras Juan identifica a la mujer anónima, los demás evangelistas lo callan? Seguramente por discreción, porque cuando ellos escribían, María viviría todavía, y cuando escribió él, ya habría muerto.

 

II. La pecadora convertida, María, llamada Magdalena

 

«Ha amado mucho» (Lc 7, 47). Tras consignar esta alabanza de Jesús a la anónima pecadora pública convertida, san Lucas añade: «Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas; las cuales le asistían con sus bienes» (Lc 8, 1?3).

La que «ha amado mucho», ¿cómo no iba a seguir a Jesús y asistirle cuanto pudiese con sus bienes? ¿Y cómo, si el evangelista cita a otras mujeres por su nombre, no nombrarla con más razón a ella? Y así, tras afirmar la común curación de las mujeres «de espíritus malignos», san Lucas insiste en que de la Magdalena «habían salido siete demonios», como para insinuar que es de ella, y no de alguna de las otras, de quien se acaba de decir que le «están perdonados sus muchos pecados» (Lc 7, 47). El motivo de discreción, aludido arriba, será el que ha limitado la explicitud en la identificación.

 

III. La palabra de los Papas

 

Juan Pablo II nos confirma: «María Magdalena, la pecadora convertida, Maria di Magdala, la peccatrice convertita» (Audiencia general 2?5?1979). Si «habían salido siete demonios» de la Magdalena (cf Lc 8, 2), la Magdalena era ciertamente una pecadora convertida. Pero, al presentarla el Papa como «la pecadora convertida», no puede menos de llevarnos a identificar a María Magdalena con la evangélica pecadora convertida por antonomasia: la que «amó mucho», la que, postrada a los pies del Señor, los bañaba con sus lágrimas, los enjugaba con sus cabellos y los cubría de besos (cf Lc 7, 36?50).

Benedicto XVI: «Impresiona la ternura con la que Jesús trata a esta mujer, a la que tantos explotaban y todos juzgaban. Ella encontró, por fin, en Jesús unos ojos puros, un corazón capaz de amar sin explotar. En la mirada y en el corazón de Jesús recibió la revelación de Dios Amor» (Homilía en Asís 17-6-2007).

De nuevo el Papa Benedicto: «En un pasaje de un sermón en honor de María Magdalena, el abad de Cluny nos revela cómo concebía la vida monástica: “María que, sentada a los pies del Señor, con espíritu atento escuchaba su palabra, es el símbolo de la dulzura de la vida contemplativa, cuyo sabor, cuanto más se gusta, tanto más induce al alma a desasirse de las cosas visibles y de los tumultos de las preocupaciones del mundo” (In ven. S. Mariae Magd., PL 133, 717)» (Audiencia general 2?9?2009).

Para el abad de Cluny san Odón María Magdalena es aquella María hermana de Marta que, sentada a los pies del Señor, había escuchado con espíritu atento su palabra (cf Lc 10, 38?42). Si para el Papa Benedicto XVI la Magdalena y la hermana de Marta y de Lázaro no fueran la misma persona no hubiera comenzado su texto aludiendo a María Magdalena, sino, por ejemplo, de este modo: «En un pasaje de un sermón, el abad de Cluny…».

Papa Francisco. En el Osservatore Romano español de 2013 (n. 15, p. 2) se lee lo siguiente: «Comentando el episodio del Evangelio del martes de la Octava de Pascua (cf Jn 20, 11-18), cuando san Juan refiere la frase de María de Magdala: “¡He visto al Señor!” después de haberle lavado los pies con sus lágrimas y secado con sus cabellos, el Papa Francisco recordó que Jesús perdonó los pecados de esta mujer, porque ella “amó mucho”». Así pues, Francisco identifica a María de Magdala con la mujer que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (cf Lc 7, 38) y «amó mucho» (Lc 7, 47).

 

IV. El testimonio de la Liturgia

 

El 29 de julio celebra la Iglesia la memoria litúrgica de santa Marta, y una semana antes, el día 22, la de su hermana María, la que escogió «la mejor parte» (Lc 10, 42), la que «amó mucho» (Lc 7, 47), aquella cuya buena memoria irá vinculada a la proclamación del Evangelio (cf Mt 26, 13; Mc 14, 9), llamada Magdalena. A María, hermana de Marta y de Lázaro, llamaban Magdalena por su relación con Magdala, de Galilea. Juan Pablo II ha dicho: «Maria di Magdala», y Benedicto XVI explicita: «María, originaria de la aldea de Magdala, en el lago de Galilea, y llamada por ello Magdalena» (Ángelus 22-7-2012).

 

V. La casa hospitalaria de Betania

 

«El evangelio de hoy (Lc 10, 38-42) nos propone el episodio de la visita de Jesús a Betania, a la casa de Marta y María, hermanas de Lázaro» (Juan Pablo II, Ángelus 22-7-2001). «Acabamos de leer en el Evangelio según San Lucas el episodio de la hospitalidad concedida a Jesús por Marta y María. Estas dos hermanas, en la historia de la espiritualidad cristiana, se han considerado como figuras emblemáticas relacionadas respectivamente con la acción y la contemplación (…). Ante todo, hay que notar la frase final de Jesús: “María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 42). De esta manera subraya con fuerza el valor fundamental e insustituible que para nuestra existencia tiene la escucha de la Palabra de Dios (…). Pero nunca debemos ver un contraste entre la acción y la contemplación. En efecto, leemos en el Evangelio que fue Marta (y no María) quien recibió a Jesús “en su casa”» (Ib., Homilía 20-7-1980). En este «célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María (…), Marta le recibió (cf 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, la que gobierna la casa» (Benedicto XVI, Ángelus 18-7-2010).

 

VI. Florilegio conclusivo

 

Se comprende que María Magdalena permaneciera de pie junto a Jesús crucificado (cf Jn 19, 25), porque «amó mucho» (Lc 7, 47), porque «escogió la mejor parte» (Lc 10, 42), porque «se adelantó a ungir el cuerpo del Señor para su sepultura» (cf Mc 14, 8). Y se comprende, por ello, que Jesús la honrara con su primera aparición (cf Mc 16, 9), la encomendara ir a sus hermanos y decirles: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» (Jn 20, 17), y asegurara que dondequiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo, «se contará también lo que ella ha hecho, para memoria suya» (Mt 26, 13; Mc 14, 9).

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