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Impresiones de la película Silencio, por Alfonso V. Carrascosa

Impresiones de la película Silencio, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Ya van siendo numerosas las opiniones que uno puede encontrar en internet sobre la película “Silencio” recientemente estrenada.

Yo pretendo con estas líneas compartir la primera impresión que me produjo y algunos datos y reflexiones personales sobre el director, los personajes y el ambiente en el que se desarrolla la trama. Como siempre, salí del cine pensando que los buenos eran los protagonistas: dos sacerdotes jesuitas que habían apostatado o renegado de su fe católica. No estoy seguro de que el acto en el que realizan el sacrílego gesto de pisar una imagen de Jesucristo sea una apostasía propiamente dicha, ya que lo hacen bajo tortura física –el caso del padre Ferreira, personaje histórico interpretado por Liam Neeson- y/o bajo tortura psicológica intensísima –prisión y ejecuciones de cristianos que, de no hacer el gesto de la apostasía, van a seguir siendo asesinados sin parar, como ocurre en el caso del co-protagonista padre Rodriguez- es decir, privados de la libertad suficiente como para tomar una decisión sobre la que imputarles el delito: ciertamente muchos dieron la vida en condiciones similares, o sea, no apostataron y por eso les llamamos mártires. Pero también confieso que tras ver la peli tenía cierta confusión ya que, después de apostatar ambos, no huyen para restablecer su fe, aceptando como san Pedro su debilidad de haber negado a Jesucristo, si no que pasan a formar parte de la KGB represora nipona que por aquellas fechas mataba a los cristianos de maneras aterradoras –las escenas de los martirios son tan desagradables como probablemente históricas- con la sola excusa de ser considerados personas intrusas que vivían en Japón una religión extranjera inadecuada para la cultura y mentalidad del país. Y en la película no son presentados como malos sino más bien como personas que han descubierto la verdad de su existencia.

En toda la película los torturadores y martirizadores nipones no reciben atisbo de ridiculización o crítica alguna por las masacres que están perpetrando, al contrario, esgrimen los argumentos que llevan a apostatar a los jesuitas con tal grado de intensidad y tanta carga de razón que convencen a éstos de que es verdaderamente lo que hay que seguir haciendo después de perdonarles la vida, dejando de paso al espectador con el cuasi convencimiento de que no tendría que haber ido allí san Francisco Javier a predicar.

A la llegada de los misioneros españoles en Japón no había una religión propia sensu stricto.   La población se dividía entre panteístas como los existentes en todas las culturas y tribus de la faz de la tierra –se llaman así mismos sintoístas, como si fuera algo exclusivo de Japón- y budistas, siendo como todo el mundo sabe el budismo una ideología – no es una religión- que surge con Buda en la India y que llevaron a Japón los koreanos. Además Japón vive en ese momento un sistema feudal atroz en el que, al igual que los faraones de Egipto, el emperador es Dios, y se le adora como tal. O sea, los campesinos japoneses viven un absolutismo total, un régimen dictatorial en el que Hitler o Stalin no llamarían mucho la atención, inmersos en un sistema que permite que haya gente legitimada para quitarles la vida de manera legal. No es de extrañar que las misiones católicas consiguiesen éxitos fulgurantes de conversión –más de trescientas mil conversiones en pocos años- algo parecido a lo que ocurrió en América del Sur cuando se predicó el evangelio y masas de población pudieron dejar de estar sometidos a los despóticos Incas o Aztecas que hacían p.ej.- sacrificios de niños. Negar la necesidad de Jesucristo es negar que los japoneses tengan pecados, sufran las consecuencias del pecado original, tengan necesidad de ser salvados por Cristo, carezcan de miedo a la muerte y no necesiten conocer que existe la vida eterna, que alguien les ama como son, débiles y pecadores como el resto del género humano, que Dios es Padre y Jesucristo su hijo en el Espíritu Santo, etc. Pero lo más sorprendente -abundando en la misma línea- es que tuvo que ser obligado el emperador Hirohito por MacArthur a decir públicamente que no era Dios, tras la rendición por las bombas atómicas, ya que en pleno siglo XX existía el mismo convencimiento.

No obstante todo lo dicho, la KGB nipona que se presenta en “Silencio” , y en la cual terminan militando los jesuitas apóstatas, ejecutaba a cristianos porque profesaban una religión extranjera, pero que habían abrazado libremente sin coacción alguna, porque les había salvado la vida del culto a los espíritus de la naturaleza o de las ideologías que prometen el paraíso en la tierra. En la película, insisto, parece que los suplicios a los que están siendo sometidos los cristianos que nacieron de la predicación de san Francisco Javier – la mayor parte de ellos compatriotas suyos, pobres de solemnidad, civiles desarmados como los llamaríamos ahora sin un atisbo de posible amenaza a las despóticas autoridades imperiales y consideradas divinas para más señas – tienen justificación absoluta en el sentido ya expuesto.

Se dice que el director, Scorsese, estudió en un colegio católico o seminario jesuita al menos un año y que fue a visitar al Papa Francisco con motivo de la película. Es este un gesto difícilmente no interpretable como integrante de la campaña publicitaria de promoción, sin que me quede claro que el Papa Francisco haya visto la película y le haya encantado. “Silencio”, no lo olvidemos, es un producto para hacer dinero como mínimo, de una lentitud, por cierto, adormecedora. La supuesta formación católica de Scorsese no pareció serle de utilidad al dirigir “La última tentación de Cristo”, película en la que dio una versión de Cristo tan humana como falsa, inventándose facetas de la vida de Cristo contrarias no sólo a la historia si no a la fe, en un tono tremendamente danbraunista. Por eso, aun admitiendo la conmovedora perseverancia de muchos de los campesinos cristianos que en “Silencio” no reniegan de su fe – lo mismo que hace otro sacerdote jesuita en la película- no parece descabellado suponer que el director en el fondo lo que quiere es presentarlos como fanáticos y supersticiosos ignorantes incultos que lo que deberían hacer es lo que hacen los dos jesuitas apóstatas como personas inteligentes y formadas que son: no sólo renegar de su fe sino pasarse al bando de los torturadores para extirpar una injerencia extranjera y vivir bien. Seguir pensando hoy en día que se nos deje en paz de cosas extranjeras puede no favorecer el encuentro con Cristo que anhela el corazón de todo hombre y que llevó y lleva a tantos jesuitas -¡mira tú que hay mogollón de jesuitas santos, mártires, y han ido a poner como protagonistas a dos apóstatas!- y misioneros católicos a entregar su vida por dar a conocer las verdades de la fe en los confines del mundo.

 

Se han dicho ya bastantes cosas de “Silencio”. Créanme si les digo que, además, es un canto a la apostasía, a que una persona inteligente lo que debe hacer es olvidarse del cristianismo y sumergirse en los panteísmos o las ideologías que llevan a la estatolatría, o sea, como ocurre en la actualidad: al culto al estado, a los nacionalismos que no admiten aquello que les viene de fuera -y que como demostró la predicación de san Francisco Javier, prendió en Japón como la pólvora- a considerar al estado como el llamado a proveer de todo al ser humano, privándolo así del amor de Dios que es lo que en realidad necesita en lo profundo de su corazón: que uno que le ama tal y como es quiere ser en él para que él sea. Si hubiese caído en la cuenta de que Scorsese fue el director de “La última tentación de Cristo” no habría ido a ver “Silencio” al cine: me habría esperado a verla gratis cuando la pasen por la tele. No es una película que os recomiende: podéis obtener información de la evangelización del Japón más veraz y gratis en internet, y gastaros el dinero en otra cosa. Estáis avisados.

Foto: El jesuita japonés Julián Nakaúra en la fosa en 1633;
él perseveró hasta el final y es mártir y beato;
a su lado estaba su superior, Cristóbal Ferreira,
que apostató a las 5 horas… Ferreira inspira “Silencio”

 

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