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Homilías papales Domingo V de Pascua, B

DOMINGO 5-B DE PASCUA. NVulgata 1 Ps 2 EConcordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/4) Benedicto XVI, Regina caeli 6-5-2012 (de hr es fr en it pt)

(2/4) Benedicto XVI, Regina caeli 14-5-2006 (de hr es fr en it pt)

(3/4) Homilía de canonización 21-5-2000 (de es fr en it pt)

(4/4) San Juan Pablo II, Homilía en Civita Castellana 1-5-1988 (it):

«1. “Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros” (Jn 15, 4).

Hoy, V Domingo de Pascua, la Iglesia vuelve a leer en su liturgia la parábola de Cristo sobre la vid y los sarmientos.

La contó nuestro Señor Jesucristo la víspera de su muerte, al despedirse de los Apóstoles en el Cenáculo. Estas palabras, al tener como fondo ese acontecimiento, revisten una elocuencia especial. Se hacen especialmente penetrantes.

En efecto, Cristo va hacia la pasión y la cruz. El día siguiente será la sentencia de muerte, la más infame, y la agonía en el Gólgota.

Para los Apóstoles que lo escuchaban en el Cenáculo, este había de ser el día de la prueba más grande. A esta prueba tenía que someterse su fidelidad al Maestro, su “perseverancia” en él.

Y sin embargo, Cristo dice: “Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros”. Precisamente la prueba de la cruz se convertirá en el “lugar” en que los Apóstoles definitivamente se enraizarán en Cristo. Identificándose con su misterio que da la vida.

Y no solo ellos, sino también todos nosotros, a quienes se refiere la parábola de la vid y los sarmientos.

  1. Esta parábola nos muestra un amplio cuadro de la economía salvífica de Dios. En el centro de este cuadro está “el Padre, el viñador” (cf Jn 15, 1). Jesucristo es “la vid” (cf Jn 15, 5), por la que todos reciben la vida como sarmientos.

Sí. La vida de Dios se ha dado a los hombres en el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre. Solo si permanecemos en él, como el sarmiento que permanece en la vid, podremos tener en nosotros esta vida.

Así pues, esta parábola penetrante, contada en la perspectiva cercana de la muerte en cruz, expresa un contenido pascual. Se refiere a la plena revelación de Cristo como verdadera Vid en la resurrección. La resurrección hace definitivamente a todos conscientes de que Cristo es el Señor, de que en él está la plenitud de esa vida que no sufre la muerte humana.

Si esta vida se ha abierto al hombre es por obra de la muerte de Cristo. La resurrección de nuestro Señor ha revelado de modo definitivo que la muerte que él sufrió se ha convertido en el manantial de la vida para todos.

Y por eso Cristo, la víspera de su muerte, decía: “Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros”.

  1. En esta permanencia mutua –de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo– se apoya toda la economía de la salvación que tiene su comienzo en el Padre eterno.

“Mi Padre es el viñador”. Él “cultiva” la viña, dándonos al Hijo para que tengamos vida en él y la tengamos en abundancia.

La “cultiva”, buscando en cada uno de nosotros los frutos de la Vid: Esos frutos que produce nuestro permanecer en el Hijo de Dios y su permanecer en nosotros.

“A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 2). En esto consiste el trabajo de todo viñador que cultiva las vides.

Para el Padre –visto desde el aspecto del reino de Dios como aquel que cultiva la viña del cosmos, del hombre y de su historia en la tierra– el principio del cultivo, el principio de esta economía salvífica es la vida que él ofrece a todos los hombres en su Hijo.

“Como el sarmiento no puede dar frutos por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4), dice Cristo.

  1. Permanecemos en Cristo por medio de la verdad. Permanecemos en Cristo por medio del amor.

El apóstol Juan –casi como complemento a lo que se contiene en la parábola de la vid y los sarmientos descrita en su Evangelio– dice en su Primera Carta: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él” (1Jn 3, 18-19).

Esto muy importante. En efecto, las palabras sobre los sarmientos que se arrancan si no dan fruto deben provocar en nosotros una justa inquietud: ¿Doy yo fruto? ¿No me arrancarán? Lo que describe san Juan en su Primera Carta es muy importante, especialmente las palabras que vienen a continuación: “En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (cf 1Jn 3, 20).

Y por eso el Apóstol reaviva la esperanza: “Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios” (1Jn 3, 21).

  1. “Dios es mayor que nuestra conciencia”.

Es más grande por su amor paterno. Es más grande porque dio “a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). ¡Es más grande por su Don inefable!

Más grande por la cruz y la resurrección del Hijo. Por su sacrificio a causa de “los pecados del mundo”. Más grande en el misterio pascual de Cristo.

Así pues, todo hombre ha de procurar dar fruto en su vida. Debe hacer todo lo que está en su mano. Todo lo que le manda la sana y recta conciencia.

Pero sobre todo ha de tener confianza en Dios. Y pedir. Rezar. La oración es la manifestación principal de nuestra esperanza.

Dice Cristo en su parábola: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se os cumplirá. Con esto recibe gloria mi Padre con que deis fruto abundante” (Jn 15, 7-8). ¡Quiere que demos fruto! ¡Lo desea! No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Quiere que demos fruto en Cristo-Vida. Y se alegra de ello.

  1. En la primera lectura, sacada de los Hechos de los Apóstoles, se habla de la conversión de Pablo de Tarso. Los discípulos de Cristo aún tienen miedo de ese perseguidor suyo. Y, sin embargo, él es ya otro hombre.

A él se le reveló el Señor en el camino de Damasco. Se le reveló la vida de Dios que está en él: la verdadera vid.

Y Pablo se unió a esta vid con todo el ardor de su alma. ¡Sabemos cuántos frutos abundantes dio! ¡Qué gozo tan grande fue para la Iglesia! ¡Cuánto fue glorificado el eterno Padre en este sarmiento fructuoso de la vid!

Y precisamente él, Pablo, escribió de sí mismo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20).

Y así, por medio de su ministerio apostólico, Cristo crucificado y resucitado parece repetir a todas las generaciones: “Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros. El que permanece en mí, da fruto abundante”».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968: fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964: it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (San Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993: es it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005: de es fr en it lt pt).

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