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Homilía y Regina Caeli para la Ascensión del Señor

Homilía y Regina Caeli para la Ascensión del Señor

Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

NVulgata 1 Ps 2 EConcordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/3) Benedicto XVI, Regina caeli 4-5-2008 (de hr es fr en it pt)

(2/3) San Juan Pablo II, Homilía en Arezzo 23-5-1993 (it):

«”Que el Padre de la gloria… ilumine los ojos de vuestro corazón” (Ef 1, 17-18).

Así escribe el apóstol Pablo a los Efesios. La Iglesia relee estas palabras en esta liturgia dominical del tiempo pascual, en la que celebra el acontecimiento glorioso del cuadragésimo día después de la Resurrección: la Ascensión del Señor.

¿Qué significa la expresión paulina “iluminar los ojos del corazón”? Los ojos de los que habla el Apóstol son un don del Padre que suscita en el hombre el espíritu de sabiduría. Estos ojos, es decir esta capacidad interior de ver, nos permite penetrar en el misterio de Dios, que se revela a sí mismo al hombre. Cristo es la plenitud de esta autorrevelación de Dios. Dios se manifiesta a todos los hombres mediante el testimonio de las criaturas; en la antigua alianza habló por medio de los profetas, y “en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 2).

Cristo, Palabra eterna, Verbo encarnado, nos habla con el lenguaje propio de la Buena Nueva. La última palabra de su mensaje de salvación es la resurrección del Crucificado. La cruz y la resurrección: he aquí la última palabra que da cumplimiento a la revelación divina; una palabra que instituye la alianza nueva y eterna de Dios con la humanidad.

“¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!” (Lc 24, 34). Las narraciones pascuales testimonian que la resurrección entró en la conciencia de los discípulos ante todo como experiencia del sepulcro vacío, de aquel sepulcro ubicado apenas afuera de las murallas de Jerusalén, donde, ante la inminencia de la pascua judía, Cristo crucificado había sido sepultado.

“¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24, 34). No solo se apareció a Pedro, sino también a los demás Apóstoles, a los discípulos y a las mujeres: de este modo se abrieron los ojos de su corazón, lo reconocieron y se convirtieron en testigos de la Resurrección.

La extraordinaria experiencia de los discípulos se prolongó durante cuarenta días. Después de este tiempo, Cristo “fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hc 1, 9). Precisamente hoy recordamos y revivimos en la liturgia este acontecimiento llamado Ascensión. La nube, en la narración de los Hechos de los Apóstoles, al igual que en toda la sagrada Escritura, es signo de la presencia misteriosa de Dios.

Hasta aquel momento Jesús había estado presente físicamente en medio de los hombres, y también se había encontrado con ellos después de su resurrección, pero a partir de ese día comienza a estar “sentado a la derecha del Padre”, es decir, en la profundidad de Dios. Cuando estaba en el mundo decía: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30) y “yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14, 11). Lo que se había realizado en el mundo en la persona del Hijo del hombre, a partir de ese momento encuentra su lugar en la eternidad divina: Dios de Dios, Luz de Luz.

Cristo, después de su Ascensión, no dejó de ser el Hijo del hombre. Siendo Dios de Dios, él es ahora una sola cosa con el Padre también como Redentor del mundo: es una sola cosa con el Padre en cuanto crucificado y resucitado.

Por tanto, la Ascensión es el tiempo, el momento favorable que el Padre reservó libremente; el tiempo y el momento en que, mediante el poder salvífico de la cruz y de la resurrección, todo maduró para llegar al ya inminente Pentecostés: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hc 1, 8).

Por tanto, los Apóstoles, contemplando la nube que había ocultado a su mirada al Maestro divino, oyen las palabras: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo” (Hc 1, 11).

Así pues, la Ascensión constituye el término de la misión que el Hijo recibió del Padre: en él el Padre reveló el amor inmenso con que amó al mundo. Se trata de un término que para nosotros es al mismo tiempo un nuevo inicio, puesto que la venida de Cristo a nosotros en el Espíritu Santo continúa hasta el presente y continuará hasta el fin de los siglos, hasta la parusía, día en que Jesús vendrá “tal como le habéis visto subir al cielo” (Hc 1, 11).

Profundizando en la reflexión sobre la palabra de Dios de esta solemne celebración (…), nos encontramos ante dos preguntas, relacionadas estrechamente entre sí.

Siguiendo lo que hemos escuchado en la carta de Pablo a los Efesios, ante todo debemos preguntarnos si de verdad se han abierto en nuestros corazones los ojos iluminados por la fe (cf Ef 1, 18), disponiendo nuestra vida de creyentes para profundizar en el conocimiento lleno de amor de la persona de Jesucristo y de su misterio pascual.

La segunda pregunta surge de la exhortación de Jesús a los apóstoles el día de la Ascensión: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Ante Cristo que dijo “seréis mis testigos” (Hc 1, 8), nos preguntamos: ¿Somos de verdad sus testigos? (…).

Queridos hermanos y hermanas (…), Cristo os llama a ser fermento evangélico entre los jóvenes, en las familias, en las instituciones civiles y en el mundo del trabajo (…). Vuestra misión consiste en ser fermento evangélico, en dar testimonio de Cristo (…).

Ascensión quiere decir: voy al Padre, voy a mi Padre. Ascensión quiere decir al mismo tiempo: permanezco con vosotros, permanezco en la fuerza del Espíritu Santo, permanezco con vosotros si sois mis testigos, si sois fermento evangélico. La Ascensión no es una conclusión: Cristo se ha ido, pero vuelve. La última palabra de la Ascensión es “volverá”, parusía, no solo al fin del mundo. Volverá cada día, en cada época. Volverá a cada uno. Y si se reflexiona un poco en la Eucaristía se descubre que no es más que la presencia de Cristo, la vuelta de Cristo; es Cristo que vuelve para hacernos sus testigos, para convertirnos en levadura evangélica, en fermento que transforma el mundo, que lo acerca al Padre, a Dios (…).

Dice el Señor: “He aquí que yo estoy con vosotros” (Mt 28, 20). La fiesta litúrgica de hoy, celebración de la vuelta de Cristo al Padre, confirma de alguna manera con mayor fuerza su presencia en medio de nosotros.

Cristo, que jamás ha dejado de estar con nosotros, comenzó en ese momento a permanecer de manera nueva y constante con cuantos creen en él. Por tanto, gracias a él también nosotros hemos llegado a ser criaturas nuevas en un mundo totalmente renovado.

“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), y a este Hijo “lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, plenitud del que lo llena todo en todos” (Ef 1, 22-23).

En Cristo somos renovados de verdad. Con su muerte, su resurrección y su ascensión él nos ha hecho criaturas nuevas. ¡Gloria a él por los siglos de los siglos! Amén».

(3/3) San Juan Pablo II, Regina caeli 25-5-2003 (de es fr en it pt): «El próximo jueves, con la fiesta de la Ascensión de Cristo al cielo, comenzará la novena de Pentecostés, y las comunidades cristianas podrán revivir la experiencia originaria del Cenáculo, donde los discípulos perseveraban unánimes en la oración con María la Madre de Jesús (cf Hc 1, 14). La presencia materna de María en medio de los Apóstoles era para ellos memoria de Cristo: sus ojos llevaban grabado el rostro del Salvador; su corazón inmaculado conservaba sus misterios, desde la Anunciación hasta la Resurrección y la Ascensión al cielo, pasando por la vida pública, la pasión y la muerte. En este sentido, se puede decir que en el Cenáculo nació la oración del Rosario, porque allí los primeros cristianos comenzaron a contemplar con María el rostro de Cristo, recordando los diversos momentos de su vida terrena. Ojalá que cada vez más se redescubra y se valore el Rosario como oración cristológica y contemplativa».

Ib., Carta Enc. Dominum et vivificantem 18-5-1986 66 (de es fr hu en it lt pl pt): «La Iglesia está siempre en el Cenáculo que lleva en su corazón, persevera en oración junto a María, persevera en oración con María».

Ib., Homilía 21-8-1989 (es it): «La presencia de la Madre de Dios, vigilante y solícita, sigue siendo garantía de una auténtica fe católica y de una genuina esperanza nunca perdida».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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